En el último mercadillo al que acudimos, tuvimos de vecina de puesto a una señora encantadora que vendía unas hermosas flores de telas confeccionadas por ella misma. Eran flores de un tamaño generoso, para llevar puestas: en un lateral del vestido, en el bolso, como tocado, en el cuello con unos collares de perlas que allí mismo te podías comprar... Las dos nos quedamos prendadas de ellas, pero coincidíamos en nuestra incapacidad para colocarnos una. Es una simple cuestión de estilo, y el nuestro, más bien minimalista a la hora de vestir, nos haría sentir que la flor nos llevaba a nosotras, en vez de nosotras a ella... Sin embargo, nos quitábamos la palabra de la boca evocando lugares de nuestro hogar donde colocaríamos esa misma flor: en una lámpara, en un busto, junto a la cama...
¡No tenemos remedio! Desde que estamos dedicadas al blog, más de una vez y de dos, al ir de compras, hemos vuelto cargadas con alguna prenda o complemento ¡para decorar nuestros maniquíes! ¿Estaremos padeciendo alguna clase de síndrome?¿Alguien más lo sufre?
Fuente: este post proviene de Retro y con Encanto, donde puedes consultar el contenido original.
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