No es nada nuevo si os digo que me encantan las flores y quienes me
conocen saben que no hay para mí mejor regalo que un romántico ramo
de flores.
Llamadme clásica pero un ramo de flores nunca me decepciona, siempre es
un acierto seguro. Mi hijo Javier me sorprende de tanto en tanto con uno y
no espera a que sea mi cumpleaños, el Día de la Madre o San Valentín, llega
a casa con un brazo detrás de la espalda y una sonrisa pícara...
¡Pocas cosas me hacen tan feliz!
Me consta, además, que a él también le gustan mucho y eso me encanta porque
siempre me ha parecido ridículo pensar que lo bello y romántico es sólo cosa de
chicas, un estereotipo social que creo está cada vez más en desuso porque la
estética es una cualidad humana propia de seres sensibles, independientemente
de su sexo.
Y es que las flores tienen ese je ne sais quoi que te alegran el día o, mejor
dicho, la semana entera porque pocas cosas decoran tanto como un bonito
ramo presidiendo una mesa o dando su toque especial a cualquier rincón de
nuestro hogar.
No son sólo sus colores, formas o texturas los que embellecen por sí mismos
un espacio, es también su aroma que nos hace percibir la belleza de una forma
más sutil pero profunda.
Me gusta tener flores en casa sobre todo en invierno porque es una manera
de anticipar la primavera y sentir la alegría de esta estación en nuestro hogar.
Una casa con flores es una casa con vida, una forma de incorporar algo de
Naturaleza a nuestro hogar.
Si además eres un apasionado de la fotografía, como es mi caso, las flores son
siempre un magnífico motivo para fotografiar, son tan bonitas y evocadoras que
puedo pasarme horas intentando inmortalizarlas.
Busco sacar lo mejor de ellas y, desde luego, ellas sacan lo mejor de mí.
Cualquier día es un día perfecto para regalar o recibir flores ¿No creéis?