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Hace más de 100 años, en un remoto pueblo de Polonia llamado Zalipie, las mujeres se afanaban en preparar sus casas para la festividad del Corpus Christi. Como apenas contaban con ventilación, las paredes quedaban manchadas por el humo de las chimeneas y era preciso pintar encima de ellas con cal. Aún así, las marcas volvían a salir demasiado pronto. Cuenta la leyenda que un buen día, una vecina tuvo la idea de pintar flores para disimular las manchas y desde entonces, la idea no ha parado de expandirse por todo el lugar.
De este modo, lo que empezó en el interior de una vivienda, se extendió al exterior. Pero la cosa no quedó ahí, puesto que alguien debió pensar: “¿y qué pasa con nuestras gallinas? ¡nuestros pollos también merecen casas bonitas!!!” Así que, como el rascar, todo es empezar y las pinturas se apoderaron de gallineros, graneros, pozos, iglesias e incluso puentes.
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Desde 1948 y como iniciativa del gobierno por recuperar la moral del país tras la devastación de la II Guerra Mundial, se celebra un concurso anual de casas pintadas todas las primaveras. Además, cuenta con una casa-museo donde se muestran las muy decoradas habitaciones de su antigua propietaria.
¿Qué te parece esta infusión de arte folclórico? Si eres de los que piensa que nunca hay demasiadas flores, te gustará visitar también esta agradable cafetería de moda.
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