Por fin descubrí varias tiendas que vendían sacos de café, fui a por uno y volví con cuatro. Doy fe de que son usados, la casa se empezó a llenar de pequeños granos de café sin tostar, que los sacos iban soltando sin mi permiso. También compré un metro de soga - por darle algo más de gracia al asunto – y relleno para el resto de mi vida… Descubrí en el trastero-mazmorra un cojín de 70×70 que le va perfecto, así que casi ni lo usé.
De un saco saqué dos cojines, uno cuadrado gigante para sentarnos en el suelo y otro alargado.
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