Le Corbusier
A veinte minutos de la ciudad de Groninga, o lo que es lo mismo, en plena naturaleza, vive una joven pareja que se ha ido deshaciendo de todo aquello que estaba de más. El resultado es una casa en la que todavía no hay resultado. No es una contradicción. Y es que la decoración nunca es definitiva. Cambia, se transforma y se adapta a la vida. Leo en la entrevista del reportaje, que sus propietarios han llegado a vender la mayoría de los muebles en mercados de segunda mano. ¿El motivo? Ya no encajaban con ellos. Ahora tienen menos pero, a cambio, han conseguido que cada pieza les defina.
Fiel totalmente a esta filosofía, no hay porque mantener muebles u objetos si no nos sentimos a gusto. Es mejor tener pocos y convivir con aquellos que sí nos conmueven. Tenemos que ser exigentes y pedirles emociones.
Hoy, la casa es un arsenal de interiores cálidos y muy neutros. Espacios sencillos en los que los techos elevados esconden altillos. Me fijo especialmente en la madera de las puertas y algunos muebles. Desconchada, con arañazos y rugosidades. La imperfección también es belleza.
A por la semana,
a por todas.
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