Querida Esther:

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Querida Esther:

Te escribo porque estoy preocupada por ti. Desde hace tiempo te noto distinta, y no te hablo de unas semanas, te hablo de meses.

Primero pensé que sería una cosa temporal, cuestión de acostumbrarse a las nuevas circunstancias, luego que qué mala suerte tenías porque se te acumulaban virus en casa, las fiestas navideñas, la cuesta de enero, la de febrerohasta que hace unos días me pregunté cuándo fue la última vez que te oí decir llevo dos noches seguidas durmiendo del tirón. Y entonces empecé a fijarme detenidamente en ti.

Y me di cuenta de que constantemente repetías la frase, ¡Lo siento! Es que no llego.

Lo siento es que no llego a las siete de la mañana cuando tu hija te pide que le hagas una trenza como la de su amiga Eugenia, un lo siento es que no llego, cuando alguien te pregunta algo en la calle camino del garaje,  no llego por las tardes cuando te marchas de la oficina, lo siento, no llego cuando llamas a la cuidadora porque te ha pillado el atasco de entrada en Madrid

Me di cuenta que te mandas mails a ti misma a las tres de la mañana cuando te desvelas, con largas listas de cosas para hacer y que no se te olviden. Porque si hay otra frase que repites hasta la saciedad es que no se me olvide. Que no se me olvide comprar una flor para que la lleve el Mediano al cole, que no se me olvide comprar los zapatos nuevos, la cartulina gris, los cordones negros, las chuches del cumple del mayor, la merienda para la excursión de la pequeña, el regalo para tal amiguito, los platos de cartón para el proyecto. Que no se me olvide sacar las fotos para la exposición de Grecia, repasar el examen de Science del Mayor, llamar al pediatra, al alergólogo, al taller. Que no se me olvide reclamar los 19 que me tiene que devolver Amazon, que no se me olvide,  que no se me olvide. Y a pesar de eso, tienes siempre la sensación de que se te olvida.

Observé que achuchas más de lo normal a tus hijos porque piensas que de algún modo tienes que aprovechar el poco tiempo que pasas con ellos, que te sientes doblemente culpable cada vez que les regañas, aun sabiendo que lo haces por su bien, y sobre todo cuando antes no te pasaba.

Te veo hacer kilómetros, ir de un lado a otro corriendo, calculando minutos, bajándote mil aplicaciones que te faciliten la compra, la ropa, los regalos, desplazarte, enseñarte a cotarte tu misma el pelo o a teñírtelo. Esconder muestras de perfume en el coche porque últimamente se te olvida hasta echarte colonia antes de salir de casa. Te veo apagar la radio para aprovechar esos veinte minutos del trayecto al trabajo para “desconectar”.  Me he dado cuenta de que comes impulsivamente, que los pantalones cada vez los llevas más pitillo, y que las blusas son cada vez más amplias.

También me he percatado que buscas ansiosa en las redes sociales, otras mujeres como tu, lejos de la perfección a la que siempre habías aspirado. Mal de muchos, consuelo de tontos, pero te falta tatuártelo en la muñeca porque yo sólo te veo preguntar y compartir con los demás esa falta de tiempo y esa ansiedad que te corroe por dentro.

Estoy preocupada por tí. Me gustaría que pararas a reflexionar si toda esa falta de sueño, ese dolor constante en el pecho, esa ansiedad que te despierta en medio de la noche, esas pesadillas absurdas no se están convirtiendo en demasiado habituales en tu vida. No quiero que sigas así. Necesitas frenar, o quizá incluso echar el freno de mano. Piénsalo.

Vuelve a buscar tu lado más positivo. Relativiza los problemas. Porque el mundo continuará inexorablemente su marcha, estés tu ahí o no. Trabajamos para poder vivir bien, pero tu tienes dos vidas y no estás viviendo ninguna.

Vuelve a ser tú, por favor. Quiereme un poco más.

Tu – yo.

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