siglo XVIII era, hasta hace muy poco, el escenario perfecto de sus famosas pop up shop: ventas especiales abiertas al público con los objetos y piezas que la pareja descartaba tras redecorar la casa.
Por Casa Josephine Madrid, foto original en Houzz
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De un vistazo
Quién vive aquí: Pablo López (izquierda) e Íñigo Aragón, interioristas de Casa Josephine
Situación: En el céntrico barrio de La Latina, en Madrid
Superficie: 85 metros cuadrados
Fotografía: Asier Rua
A veces basta una primera visita para reconocer la singularidad de una casa. En este caso, además, hubo lo que suele decir todo un flechazo. “Nos enamoraron sus techos abovedados,
muros de metro y medio de grosor y suelo de baldosas castellanas esmaltadas a la sal”, dicen casi al unísono esta pareja de interioristas. “Aquí se respira a vacaciones. Parece una casa de pueblo y veraneo en medio de Madrid”, añade Íñigo: “Llegas del bullicioso barrio de La Latina y, una vez dentro de la casa, tienes la sensación de estar en un tranquilo piso de, por ejemplo, ¡Mallorca!”, sugiere.
Pablo e Íñigo se conocieron estudiando Historia del Arte en Valladolid, y hace ya 5 años que se instalaron en este lugar, que ya tienen lleno de tesoros. Una selección de piezas y objetos que traen de sus viajes o que encuentran en rastros y ferias. Su arrebatadora personalidad marca cada rincón de la vivienda.
Inventivos y con carácter, desde el recibidor de su hogar Pablo e Íñigo demuestran que diseñar interiores, para ellos, tiene que ver con dejar volar la imaginación y rastrear en todas las décadas del siglo XX. El avión de aeromodelismo amarillo, por ejemplo, es de los años 80; el aparador suizo, de los 70; y los cuadros, un muestrarios de papeles pintados franceses, de los 30.
No es este un hogar de tendencia, sino un espacio donde antigüedades, muebles vintage, textiles, obras de arte, fotografías y objetos raros –algunos, con un punto kitsch– se mezclan con naturalidad.
¿Estilo de su casa? Ambos lo definen como mediterráneo culto. Y se explican: “Nos inspiran las casas de escritores, pintores, fotógrafos y arquitectos”.
En el recibidor, destacan los jarrones alemanes, una cámara de fotos analógica Pentax, una mariposa disecada, unos retratos de los propietaros, libros y, también, piezas de cerámica vintage.
Este antiguo convento del siglo XVIII no solo tiene unos muros de más de un metro de espesor, sino unas paredes interiores encaladas de unos 70 cm de ancho, como vemos en el paso del recibidor al salón-comedor. “¡Redistribuir espacios aquí hubiera resultado casi imposible!”, cuentan para explicar por qué la distribución de la casa está tal y como se la encontraron.
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En el salón-comedor es protagonista el arcón sirio del siglo XIX, con una madera muy trabajada, que encontraron en un anticuario de Bayonne, al sur de Francia. Tras él, vemos un biombo francés de los años 20. Al aparador contiguo la pareja le ha dado un efecto sumergido, para destacarla más.
Sorprende que no veamos ninguna lámpara de techo: prefieren crear ambientes suaves con lámparas de sobremesa. Esta de cerámica con el pie ricamente ornamentado es de Manises, y el jarrón blanco y azul marino, de la firma gallega Sargadelos.
La silla de mimbre se ha pintado en amarillo y rojo, para integrarla mejor en este ambiente vibrante y jovial.
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La mesa Guillerme et Chambron de la década de los 50 tiene el sobre de cerámica verde; las sillas suecas de los años 70 presentan estructura de madera y asiento de paja. El aparador francés es una antigüedad del año 1900 y restaurada por los propietarios. La butaca es la icónica Emmanuelle, también conocida como Pavo Real, una pieza típica de las viviendas de las colonias del Pacífico Sur que nos traslada directamente a unas vacaciones exóticas.
Hay dos piezas de las que nunca se desprenden, ni siquiera en esas ventas efímeras que organizaban en casa dos veces al año y que a partir de ahora harán en un local. Por un lado, el cuadro “de sandía”, una acuarela encontrada en un mercadillo en Port-de-Lanne (Francia), que suelen visitar cada verano. Y en segundo lugar, la cabeza infantil de terracota, que perteneció a una señora ya fallecida y con la que se sienten extrañamente vinculados. Compraron el retrato al óleo de los 50 en Saint-Jean-de-Luz.
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Lámparas, esculturas, jarrones y plantas colman el despacho de personalidad y carácter. En el alféizar de la ventana, hay un delicado busto de terracota italiano del siglo XIX. La lámpara decorada con motivos de ajos es de Manises.
Al fondo, otro toque de frescura: una alfombra de esparto artesanal de Lucio J&M. Igual de desenfadado es el modelo de lámpara, con el pie de corcho y metal; se trata de una pieza de los años 80.
Toca aceptar un –sabio– consejo de nuestros anfitriones: “Para decorar interiores, lo mejor es apostar por el blanco o un color neutro como base, incorporar piezas en madera y dar notas de color con objetos más pequeños”, dicen. Además, “hay que evitar en la medida de lo posible los tonos oscuros y los colores muy estridentes”, aconsejan.
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Esta zona de trabajo conquistó a Pablo desde el principio, “por su completa librería de obra”. A pesar del espacio, no tiene capacidad para albergar todas las publicaciones y libros que tiene, de ahí que le escuchemos quejarse solo un poco. Sobre la estantería, una maqueta de barco de los años 60. El espejo tiene el marco cerámico, uno de los materiales estrella en Casa Josephine.
La mesa de pino francesa y la silla vintage con el respaldo y las patas pintadas son diseño del autor finlandés IlmariTapiovaara. La otra silla recuerda a los modelos de un bistró francés. Íñigo y Pablo tienen la oficina muy cerca de casa, de ahí que este despacho sea para ocio.
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En la cocina, los platos se exponen decorando las paredes. Pertenecen a vajillas antiguas. En el aparador francés de los años 40 reposa un espejo del siglo XIX. La silla es vintage, el mismo diseño de Ilmari Tapiovaara que vimos en el despacho.
Las llamativas cortinas amarillas demuestran que para esta pareja de interioristas la presencia de textiles es vital en decoración.
En el hogar de Pablo e Íñigo, la mayor parte de los muros se destinan a exponer arte. En este otro rincón de la casa, vemos cuadros botánicos franceses. La mano de vidrio sueca es de los años 80, que se combina con unas matrioskas haciendo las veces de reposalibros. Corona la composición un figura de un conejo. “Trabajamos de una forma muy intuitiva”, confiesan Íñigo y Pablo.
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En el dormitorio se hace patente la gran altura de los techos abovedados. Es uno de los lugares preferidos de la pareja. “El colchón es ultra-cómodo”, confiesa Íñigo. Aquí, no solo duermen sino que también leen.
En primer término, hoja de castaño del portugés Rafael Bordallo Pinheiro. La foto muestra una escena costumbrista española. El cabecero, es un modelo a medida con huecos donde alojar revistas.
Además de interiorista, Íñigo es diseñador y fotógrafo, de ahí que haya fotos por toda la casa. También en el baño, donde expone retratos en blanco y negro de boxeadores. Los helechos aportan el toque verde en un espacio en el que el blanco es protagonista por ahora: planean renovar los revestimientos de pared.
Aquí termina el recorrido por el hogar de esta pareja de interioristas, un piso urbano con mucha historia que rememora las lindas casas de campo mediterráneas.
Artículo original publicado en Houzz.
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