Recientemente pude visitar una de la ciudades que tenía en mi lista de viajes pendientes. Venecia es un lugar único que atrae a millones de turistas cada año. Seguramente por ese motivo me decidí a conocerla en temporada baja, porque no hay cosa que me agobie más que la marabunta de gente. Por contra, me tocó lidiar con el frío y la lluvia, pero que queréis que os diga, esas inclemencias meteorológicas incluso potenciaban el encanto de la ciudad.
Me alojé en el hotel Palazzo Paruta, un antiguo palacete enclavado en un canal, y ubicado en el centro histórico de Venecia, en el distrito de San Marco. Una opción recomendable no sólo por su situación. Por las mañanas se sirve un desayuno muy completo, con crepes recién hechas, a las que es imposible resistirse. Además, se ofrece un servicio de té y dulces cada tarde en un antiguo salón, y al que ya me apunté el primer día, puesto que la intensa lluvia no invitaba demasiado a callejear.
He considerado oportuno dividir mi experiencia veneciana en dos capítulos y dedicar esta primera parte a hacer algunas recomendaciones, básicamente para comer. Venecia es una ciudad con una amplia oferta de restauración y en general, cara. Se suele cobrar el servicio de cubierto que ronda los 3 euros por persona y raramente se ofrece menú, así que hay que comer a la carta. Mi primera sugerencia es una pequeña Osteria en el distrito de Castello llamada Ae Spezie. La atmósfera del lugar es muy relajada, lejos del bullicio turístico, buena música ambiente, y la comida es de 10. Delicioso el risotto negro con sepia que elegí.
El último día, antes de tomar el vuelo de regreso a Barcelona, me acerqué al Museo Peggy Guggenheim, un lugar de obligada visita si os gusta el arte contemporáneo, sobretodo del periodo de entreguerras, como es mi caso. Recomendable la obra de Jackson Pollock, además de algunos cuadros de Max Ernst, Dalí y Picasso que forman parte de la colección. Y después de una mañana dedicada al arte, imprescindible quedarse a comer en el Café del Museo. Tiene una terraza acristalada con vistas al jardín y la carta es fantástica.
Muy cerca del Museo, os animo a que paseéis por una estrecha calle llamada Bastión, en la que os encontraréis con dos galerías de arte altamente recomendables: L’Occhio y San Gregorio. También hay dos tiendas magníficas. Por un lado, el taller de bisutería del diseñador Giorgio Nason, con unos colgantes maravillosos de cristal de Murano. E impsobible no quedarse con la boca abierta al pasar por delante del escaparate de Venetia Studium, firma productora de las lámparas Fortuny, además de complementos de decoración como cojines, alfombras y mueble auxiliar, y de accesorios como bolsos, pañuelos o vestidos.
También os recomiendo dos establecimientos más. El restaurante Casin dei Nobili muy cerca del Campo Santa Margherita donde poder cenar en un comedor lleno de arte y piezas vintage, con paredes de ladrillo y luz ténue. Y si hubo una cafetería que me encantó después del conocido y concurrido Caffe Florian, es una que está en el Campo Santo Stefano llamada Le Café. Servicio impecable y ambiente refinado.
En la segunda parte de mi viaje a Venecia, os hablaré de los mejores recorridos por la ciudad y de una visita a la isla más pintoresca de la laguna. Pero eso será el viernes que viene. Buen fin de semana!