Estoy, como imagino que la mayoría de vosotros, celebrando estos días
de Navidad en familia.
Dieciséis nos hemos juntado en casa de mis padres. Hacía tiempo que
no coincidíamos todos: abuelos, hijos y nietos.
Tiempo para risas, cariños y una algarabía propia de estas fechas pero con los
inconvenientes logísticos y organizativos de última hora. Os suena, ¿verdad?
Hace dos semanas mi sobrino Adrián presentaba su libro Pinceladas de
muerte y, como no pude asistir, le propuse una sesión fotográfica
firmando ejemplares que había traído para repartir.
Finalmente se apuntaron a la sesión otros miembros de la familia.
Mi padre, a quien debemos las inquietudes artísticas y literarias que
tenemos muchos de nosotros.
Al fondo algunos de sus cuadros y un busto que hizo de su padre,
nuestro abuelo Cesáreo.
Se sumó después mi madre, casi relatando porque se echaba encima
la hora de la comida y estaba en pleno preparativo. Pero posó así de
orgullosa con su nieto y su marido.
Javier tampoco quiso perderse un retrato con su primo.
Ni, por supuesto, su hermana Candela.
Bajamos al estudio de mi padre para poner el ejemplar que le había firmado
en su biblioteca.
Una biblioteca de casi cinco mil volúmenes que en su momento organicé por
materias y que mi padre quiere que sea para Adrián.
Ya os he comentado que mi padre no puede leer libros por culpa de la
diabetes pero, gracias a las nuevas tecnologías, sigue disfrutando de la
que es una de sus dos grandes pasiones, la lectura, junto a la pintura.
Esta última tuvo que dejarla definitivamente hace unos años, pero allí
siguen algunos cuadros inacabados, lienzos, pinturas, caballetes... a la
espera de que alguno de nosotros se anime a proseguir.
Ahora estoy en plena lectura de Pinceladas de muerte, novela negra escrita a
dúo por José Carrero y Adrián Núñez Palancas que engancha desde el
primer momento.
Ambos autores tienen formación en Criminología. Adrián ha obtenido
recientemente el grado y trabaja en una agencia de investigación privada.
Seguirá estudiando, seguramente psicología, al tiempo que cultiva sus otras
pasiones: música, cine, cocina, inventos...
Es igual que mi padre, un tipo inquieto, un humanista como a mí me gusta
llamarlo, un "catacaldos" como le gusta llamarlo a mi madre.
La pasión por el género negro la tiene desde siempre.
Ya os comenté que había rodado un corto, Calibre 38, con unos medios
muy básicos, casi de andar por casa y sin embargo el resultado es de lo
más prometedor.
Tiene fallos, muchos desde luego, pero pensemos que ha suplido con
imaginación y ganas las limitaciones técnicas.
La música fantástica, empezando por la canción inicial Walking After
Midnight, interpretada por él mismo.
Ahora acaba de grabar otro corto, un wéstern, y ha intervenido en dos
colaboraciones cinematográficas independientes como guionista y actor.
Una joya este sobrino mío que siempre nos está sorprendiendo y al que
deseamos lo mejor.