Francia es un país que me fascina en muchísimos aspectos. A veces no soy consciente de la suerte que tengo de vivir a un par de horas en coche hasta la frontera. Adoro muchas de sus tradiciones y existen algunos ‘tips’ de la cultura francesa que incluso he adaptado a mi día a día. Y os quiero hablar de uno de ellos: servir el azúcar en terrones. Me he dado cuenta de que necesito tenerlos en casa. A pesar de ser algo tan insignificante, me he enganchado por completo.
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Esta fiebre que ha dado por los terrones de azúcar -moreno, por supuesto- empezó el pasado verano tras regresar de las vacaciones. Por una vez, y sin que sirva de precedente, sacrifiqué el turismo de sol y playa por una ruta en coche de 15 días por la Bretaña y Normandía. La estancia la hicimos en diferentes Maisons d’Hôtes (casas de huéspedes) y cada día cuando nos levantábamos, nos esperaba un suculento desayuno: zumos de frutas recién exprimidos, mermeladas caseras, tostadas, croissants y brioches acabados de comprar en la boulangerie del pueblo, cereales, leche fresca, y café recién hecho. Y claro, para endulzarlo todo un poco más, un bonito azucarero repleto de terrones. Al final me acostumbré tanto a ellos que cuando regresé a casa lo primero que hice fue ir al súper a comprar una caja. Y ahora ya no puedo vivir sin ellos.
Soy de las que, ya sea por las mañanas o a media tarde, necesita parar unos minutos para tomarse un café o una infusión. Es como un pequeño ritual en el que he introducido los terrones de azúcar para completar la liturgia. Y desde aquí animo a bares, restaurantes y cafeterías a que también hagan lo mismo.