Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Así empieza Julio Cortázar sus Instrucciones para subir una escalera. El escritor argentino encuentra en lo rutinario de esta actividad, el misterio y la complejidad que hace interesante cualquier peldaño. Tan interesante como para dedicarle unas palabras, las que sólo él sabe inventar.
En el fondo, se ríe de las instrucciones que no llevan a nada. Porque Cortázar defiende que nos dejemos llevar por otros mundos, por otras vidas. Sólo así encuentra en cualquier escena, también en una escalera, todo un mundo por descubrir. Es otra forma de ver las cosas, la suya.
Hoy convertimos las escaleras en una estación para la inspiración. Pero no una estación de paso. Decorar un peldaño o todos. Subir o bajar. Bajar o subir. Pero hacerlo como manda Cortázar.
¡Feliz martes!