Hace casi mes y medio que no posteo. No ha sido tanto tiempo y, sin
embargo, tengo la sensación de que ha pasado mucho y son muchas las
cosas que han acontecido.
Si me sigues en Instagram sabrás que mi padre volvió a estar ingresado y
no consiguió superar esta segunda crisis de su enfermedad. Nos dejó hace
poco más de dos semanas y aún no nos hemos hecho a la idea. Parece que va a
aparecer en cualquier momento por la puerta con su característica sonrisa y su
manera vitalista de ser.
La tristeza por su perdida intentamos compensarla diciéndonos que tuvo una
existencia larga y muy feliz, que "bebió la vida a sorbos impacientes" como el
niño grande que siempre fue.
Nos deja miles de recuerdos entrañables, muchísimos de ellos relacionados
con el arte y la creación. He compartido ya con vosotros algunos, como aquella
prensa de grabado que donó a la universidad, su gusto por la genealogía,
sus grandes pasiones, pintura y literatura...
Hay otros de los que no os he hablado y que voy encontrando por casa,
cobrando un significado especial en estos momentos.
Cuando mis padres venían de visita a Madrid, mi padre aprovechaba para salir
a ver exposiciones o dar una vuelta por la cuesta de Moyano en busca de libros
de viejo.
Fueron muchas las veces que lo acompañé y varios los libros que me compró,
dedicándomelos luego en la portada:
"Piola Núñez-Infante y Papá. Adquirido en Cuesta Moyano,
librería de viejo, en Madrid, mayo del 2004"
También tuvo su momento de pasión por la escultura de la que, cómo no,
también quiso hacernos partícipes y hoy se lo agradecemos.
Quizás en posts anteriores os hayáis fijado en una escultura que tengo en casa.
Recuerdo exactamente el día que la hicimos mi hermano Cesar y yo en el
estudio de mi padre. Yo tenía 14 años y mi hermano pequeño 10. Mi padre
nos pidió que modelásemos cada uno un busto en un bloque de arcilla.
Cuando acabamos los unió y de allí salió esta escultura que después fue
pasada a bronce.
Mi padre y sus amigos artistas alabaron hasta la saciedad la cabeza de la
anciana, su expresión dura y realista frente a lo lamido de la mía. Más aún
teniendo en cuenta la temprana edad del autor. Y yo estoy totalmente de
acuerdo con ello.
Es la vieja quien da valor a esta obra a la que con el tiempo titulé El adiós,
imaginando una madre que se despide de su hijo que se va al frente. Más
adelante la llamé María llorando su recuerdo, por una historia familiar que
en parte se ha repetido en mi propia vida
Lógicamente no pude ir al planeado viaje a Londres con Javier: la situación
de mi padre era crítica y yo misma estuve ingresada casi veinte días por una
dolencia de la que estoy siendo tratada y que me obligará a cuidarme
especialmente a partir de ahora, manteniendo hábitos de vida más saludables.
A su vuelta Javier me sorprendió con lindo un souvenir: un pedacito
perfumado de la mítica tienda Anthropologie en forma de vela.
Éstos días la estoy encendiendo frecuentemente, su olor me calma y me hace
recordar a mi padre de manera serena. Sé que a él le encantaría que siguiera
fomentando mi faceta creativa y artística compartiendola aquí en el blog.
Así pues, sin prisas pero sin pausa, ¡estoy de vuelta!