No podía imaginar lo dura que iba a ser este año para mí la rentrée de enero.
Seguramente porque he estado muchos días fuera de casa y se me han
acumulado miles de tareas que tengo que atender a ratos después del trabajo:
la nevera vacía, las cestas de ropa para lavar llenas... ¿te suena?
Pero por fin este fin de semana he podido reservar un momento para ponerme
con las fotografías de nuestro viaje a Marrakech y poder compartir un poco en
el blog.
Volvimos de Marruecos exhaustos pero satisfechos pues lo disfrutamos al
máximo, sin prisas pero sin pausa.
Nuestros días comenzaban con un desayuno potente en Dar Kawa, nuestro
riad, propiedad de la diseñadora belga Valerie Barkowski, situado en pleno
centro de la Medina de Marrakech.
Al ser nuestra anfitriona diseñadora de ropa y complementos de hogar, no
podía ser de otro modo que el menaje y los textiles fueran de diseño, así como
toda la decoración del resto del riad.
La restauración y decoración de esta antigua casa solariega ha corrido a cargo
de Valerie, quien ha conseguido crear un espacio lleno de sosiego y buen
gusto que os mostraré detalladamente en uno de nuestros post posteriores.
Unos desayunos completísimos con productos de origen orgánico: los zumos de
naranjas de plena temporada, los huevos de corral, la leche con nata, miel de la
zona, mermelada casera, panecillos árabes, tostadas francesas, frutas...
Tras el desayuno, un momento de relax para organizar la ruta del día y salir
¡a descubrir Marrakech!
En Marrakech todo queda cerca y se puede acceder andando. Allí el
problema no es tanto la distancia como la dificultad para moverse
en el laberinto de las calles.
Incluso los espacios situados fuera de la Medina, como el Jardín Majorelle o La
Menara requieren tan sólo un largo y agradable paseo.
En la Medina son varios los monumentos que no debemos perdernos, como la
Medersa Ben Youssef, el Palacio de la Bahía, Tumbas saadies, Palacio El Badiî,
la Mezquita Moulay El yazid y muchas otras...
Espacios imperdibles son también la Plaza Jemaa El-Fna, los diversos zocos y
las miles de callejuelas estrechas con preciosas fachadas.
Todo en la medina es un auténtico caos perfectamente organizado para sus
pobladores pero que puede resultar agobiante para los visitantes. Se trata de
hacer como ellos, dejarse llevar, no preocuparnos por el tráfico imposible de
motos, carros, bicicletas y algún que otro coche que se atreve a adentrarse
en ella. Aunque pasen rozando nunca nos van a pillar, son especialistas en
hacer espectaculares requiebros.
En el interior de los monumentos o sitios de interés son los otros turistas
quienes pueden generarnos un cierto agobio pero siempre hay rincones donde
poder evadirnos y admirar el magnífico arte árabe, así como sus maravillosos
jardines.
La luz, los olores, el agua, la arquitectura, la vegetación... parecen ser
distintos en Marrakech.
Como en un cuento de Las mil y una noches, todo resulta sorprendente y
exótico, todo parece ser posible.
Y tras una dura mañana de paseos y descubrimientos, buscar un lugar en el
que degustar la comida autóctona o la fusión de la misma con opciones más
occidentales.
Hemos encontrado magníficos y tranquilos lugares perdidos en la Medina donde
comer, tomar un buen té y descansar como si de oasis de calma se tratara en
medio de la algarabía de las calles.
Le Jardín, La Famille, Nomad, Zwin Zwin... Lugares que aúnan
la decoración noretnic con la cocina de fusión árabe-slow food.
Muchos de ellos nos encantaron y hemos tomado bastantes fotografías para
mostrároslos detenidamente, que los disfrutéis y os animéis a visitarlos si viajáis
a la ciudad rosa.
En una ocasión encontramos unas preciosas niñas fotografiando con una
reflex los cafés y pasteles que iban a tomar en una cafetería.
Les pregunté si eran bloggers (no me puedo reprimir aunque sé que a Javi le
molesta un poco). Nos intercambiamos direcciones y empezamos a seguirnos.
Se trata de @nadasflavors y @thelemonsorbet, dos jóvenes y lindas
hermanas foodies-instagramers de Marrakech que siempre me sorprenden
con sus cuidadas fotografías.
Cada vez me asombra más la capacidad de las redes para poner en contacto
a personas afines de cuya existencia no tendríamos conocimiento de otro modo.
Nuestras tardes en Marrakech eran más tranquilas, dejándonos llevar por
callejuelas, parando a tomar un té o quedándonos en la preciosa terraza de
nuestro riad disfrutando el sol y el dolce far niente.
Ya de noche dábamos una vuelta por la plaza de Jemaa El-Fna y sus alrededores.
Nuestro consejo, si vais a comer o cenar por allí, es que no os fiéis de los
puestos de la plaza (acaban liándote, poniéndote comida que no pediste y
cobrándote lo que no estaba). Es mejor buscar uno de los sitios con precio
cerrado de los muchos que existen en las calles que salen de la plaza.
Lo que sí son aconsejables son los puestos de frutas: por un precio de risa
puedes tomar un riquísimo y saludable combinado de zumos de frutas de
temporada que te exprimen en el momento.
El agua siempre mejor embotellada.
Hemos constatado que nuestras comidas árabes preferidas son el tajine de
kefta y el cuscús de cordero, además de las ricas ensaladas marroquíes.
A pesar de lo que pueda parecer, es totalmente seguro pasear por la Medina
cuando oscurece. Sus callejuelas estrechas, laberínticas y poco iluminadas
pueden llevarnos a pensar lo contrario pero, una vez ubicado, no es tan
difícil orientarse y no hay peligrosidad por las calles.
De vuelta al riad, una ducha y a descansar para continuar disfrutando y
descubriendo al día siguiente.
No hemos hecho demasiadas compras en esta ocasión.
En mi caso algunas piezas de artesanía en metal y madera para la cocina, unas
cestas, lana virgen de oveja para tejer algo (aún no lo tengo claro), unos paños
de cocina en algodón que transformaré en un cojín y aceite de argán natural.
Como en muchas ocasiones, los souvenirs que más ilusión me han hecho han
sido tres pequeñas baldosas que recuperé de un contenedor de obra y tres
esquejes de plantas: una crasa, un cactus y un geranio.
Este último ha sido una grandísima casualidad: se trata de la variedad Dr.
Westerlund, el geranio preferido de las suecas y yo llevaba tiempo intentando
hacerme con uno. Unas semanas antes de nuestro viaje, Kristin de Krickelin
(mi blog de cabecera) podaba los suyos y decía que es costumbre regalar los
recortes convertidos en esquejes entre los conocidos. Le dejé un mensaje en el
post diciéndole que me apenaba estuviéramos tan lejos porque me hubiera
encantado hacerme con uno de ellos.
Cuál sería mi sorpresa al ver que en la azotea de nuestro riad había un precioso
ejemplar de Dr. Westerlund, del que me he traído dos esquejes con un poquito
de raíz y pocas cosas me harían más ilusión que agarrase después de tantas
horas en la maleta.
De momento parece que va muy bien, ya os iré contando.
Su hojas son algo rizadas y huelen mucho a citronella...
¡Estoy encantada con él!
¿Qué tal vuestro regreso de Navidades?, contadme.
Por mi parte os deseo un comienzo de semana con una
cuesta de enero poco inclinada ;-)