Los traslados entre Budapest y Bratislava y entre Bratislava y Praga los hicimos en tren, un trayecto muy cómodo y rápido.
Hungría y la República Checa tienen moneda propia, y da gusto entrar a Eslovaquia y poder utilizar el euro.
Como la ciudad es pequeña, plano en mano, recorrimos sus calles del centro, visitando la catedral, la zona comercial llena de tiendas y restaurantes.
El centro histórico está lleno de figuras de bronce, la más conocida es la de Cumil, en el cruce de las calles Panská y Sedlarská. Representa a un trabajador que sale de una alcantarilla y mira hacia la calzada (dicen que para fisgar por debajo de las faldas de las mujeres).
Otra de las estatuas más emblemáticas es el soldado napoleónico que está apoyado en uno de los bancos de la Plaza de Hlavne Namestie, uno de los lugares más concurridos de la ciudad.
Otra escultura muy famosa es el Schöne Náci, ubicada en la calle Rybáska brána. Personifica a uno de los personajes más famosos de la vida de la ciudad de principios del siglo XX, Ignác Lamar, que saludaba a las damas levantando graciosamente su sombrero de copa y con frecuencia les regalaba flores o les cantaba una canción.
Hay muchas estatutas más, podéis ir recorriendo las calles para descubrirlas.
Si no habéis visto ninguna iglesia azul, en Bratislava hay una, incluso el interior y los bancos lo son.
En una colina, dominando la ciudad está el castillo de Bratislava, símbolo de la ciudad
Muy cerca, vemos el puente UFO que es único, en lo alto de la torre que parece una nave espacial se ven una vistas de la ciudad fascinantes (eso dicen, porque nosotros no subimos)
El centro histórico es una zona peatonal llena de tiendas y restaurantes.
donde pudimos degustar la gastronomía eslovaca
y ver tiendas muy bonitas, como la histórica pastelería
con un escaparate decorado con muñecos pasteleros
y un interior precioso. Para ver el interior tenías que pagar, que incluía bebida y trozo de tarta.
Otra tienda que me gustó muchísimo es la que está justo en frente y es de caramelos, con un escaparate que es de morir de amor
Como cualquier ciudad turística, hay un montón de tiendas de souvenirs con artesanía del país. Lo que más me gustó fueron las flores de cerámica que había de todos tipos, que combinándolo con hierba artificial quedaba un conjunto precioso. ¡Y para casa que se fueron!
Y no podemos abandonar la ciudad sin probar sus mejores helados, los de la heladería Luculus.
Nunca había visto servir el helado con tanta gracia y con acrobacia incluida, tirando la bola de helado al aire y que cayera dentro de la tarrina, o girando el cucurucho para que te asustaras porque parecía que se iba a caer el helado ... todo un espectáculo.
Con un día es suficiente para conocer la ciudad porque es pequeñita.
Mañana llegamos a Praga, os espero.