Creo que antes he escrito acerca de mi fascinación por esta flor, tan sencilla, tan noble y tan antigua: La Cala.
Mi experiencia personal relaciona esta flor con el jardín de mi abuela materna, la culpable de toda mala-crianza que llevo en mí. Mi viejita linda tenía su jardín lleno de Calas y, recuerdo, que cuando salí de la Universidad y me fui a vivir a la capital. Ella siempre, cuando la visitaba los fines de semana, me tenía macetas con calas listas para que yo me las llevara a mi departamento y ¡nunca logré que sobrevivieran!
Es que las Calas no son de macetas, son de tierra, me dirán ustedes y tienen razón, pero no había forma de hacerle entender a mi bella abuela que insistía e insistía en que me llevara sus calas en macetas. ¡Linda mi viejita!
Es tan importante la Cala en mi vida por la bella señora a la que simboliza que cuando me casé, mi ramo de novia era un ramo maravilloso de Calas con Margaritas.
Tengo, además, en honor a mi abuelita, un tatuaje en la espalda con el dibujo de una pequeña y coqueta Cala.
Y, por supuesto, planto y planto calas en el jardín de mi casa a la espera de que se den en algún momento (ya tengo una matita que está dando) y mi esposo y mis hijas saben que las rosas no son para mí.¡A mí me conquistan con calas!