Era noche oscura y tenebrosa, yo tenía catorce en una época no estaba de moda Halloween, ni cambiar dulces por tratos.
Pero molaba pasar miedo adolescente, y para eso valía cualquier excusa.
Bécquer era un maestro recién descubierto y cada año sistemáticamente desde aquel que cumplí catorce, la noche de difuntos leía una de sus leyendas. Un pequeño tomo encuadernado en cuero rojo sangre con el lomo iluminado con aquel
"Rimas y leyendas" por Gustavo Adolfo Bécquer.
Beatriz moría de amor o de miedo por su amado infiel cada año, yo pasaba un miedo de muerte mientras digería el susto con huesitos de santo y panellets que curiosamente entonces no me engordaban en absoluto.
El páramo desierto y la pobre Beatriz debatíendose con las almas en pena año tras año en la misma leyenda.
En algún momento dejé de leerlas, seguramente cuando abandoné los "teen" y ahora que pinto una cara de zombi adolescente a mi hijo de doce, vuelvo a recordar las leyendas y a Gustavo.
Halloween es otra cosa, eso es seguro, es SU miedo y SU fiesta, sus monstruos y las ánimas penantes o no de la gente joven que disfruta otro finde con una fiesta robada.
Yo colaboro adornando la casa y amontonando chuches para los niños vecinos que piden su truco. Eso sí no me disfrazo pero tengo mi sombrero de bruja colgado de la cola de un gato negro, preparado para salir volando si se tercia.
¡Sed terroríficamente felices!