Todo empieza en la recepción. Una estación de paso envuelta por la desconfianza de la primera vez. Y que al abrirse desprende seguridad, la que se esconde en cada refugio. Allí es donde se espera encontrar lo que se busca, sin traspasar la rígida frontera del mostrador. El recepcionista evita caer en la trampa para no formar parte de ninguna historia, aunque eso depende sólo de una sonrisa de más. Mientras tanto, hace apuestas sobre el motivo de cada reserva. A veces, el más hábil puede llegar a convertir la intuición en realidad. Él puede cambiar el destino. Él tiene la respuesta. La llave.
Nadie puede cruzar la puerta de su habitación sin librarse de ello. Es un pacto que no necesita firma. Puedes pasar una noche o las que quieras pero no podrás desligarte de sus entrañas. Desde ese momento, eres suyo. Aunque no lo sabrás y seguirás siendo tú, como si nada. Entonces ellos aprovechan. Los hoteles se dedican a atrapar emociones. A desnudarnos sin abrir la maleta. A recaudar recuerdos. A traficar con ellos desde las habitaciones. Escuchan atentos los silencios de los que pasan por allí solos, sin nada que decir y mucho que contar. Pero también se cuelan entre las promesas de parejas que actúan con demasiado margen de improvisación. Que no quieren saber nada más y que encuentran allí el fin del mundo.
A los hoteles les gusta ser el destino del desenfreno diario. Sin embargo, quieren algo más. Y entonces intentan llegar a un acuerdo con la inspiración para que aparezca en alguna de las habitaciones, ni que sea antes de apagar las luces. O se dedican a buscar respuestas para los que las buscan desde una habitación con vistas demasiado turbulentas. Incluso convencen al destino para que se convierta en suerte y se implican con los que quieren borrar un pedacito de su pasado.
Episodios que se abren al introducir una llave. La sorpresa de no saber qué te espera. Caminos fijados o por determinar. La incertidumbre de lo que ocurrió en el pasado. Historias que van encadenándose. Decisiones que surgen desde una almohada que todavía no se ha encariñado. Almas que conectan sin saberlo. Y otras que se descubrirán pasado un tiempo. Siempre he pensado que se cuelan demasiadas cosas en un hotel que ni siquiera llevamos en nuestra maleta, la que arrastramos, claro. Pero ahora sé que se cuela algo así como la vida.