Desde que mi hijo Javier se fue a estudiar este curso académico a EEUU
he cambiado algunos de mis hábitos: apenas cocino pues practico una
alimentación con tendencia crudivegana (os hablaré más de ello otro
día) y estoy más salida como habéis ido comprobando en Instagram
quienes me seguís.
Esto de estar salida suena un poquito regular. Quiero decir que salgo
más frecuentemente y me he convertido en turista en mi ciudad. Doy
largos paseos y voy parándome en aquellos sitios que me gustan o de
los que he oído hablar bien, tomo un café o algún refrigerio y hago
fotografías para compartir con vosotros.
Puedo hacerlo acompañada (siempre es un placer quedar con amigas y
compartir un ratito de risas mientras nos ponemos al día) pero también
sola y he descubierto que estas salidas a mi aire me resultan muy
enriquecedoras.
El restaurante que hoy os muestro se llama El Canadiense. No podía ser
de otro modo ¿verdad? con banderitas por todos lados y esa cálida
decoración que nos transporta al precioso país del norte de América.
Cuenta con este espacio tipo comedor ideal para comidas en grupo o para
compartir con desconocidos, algo que hace tiempo no me gustaba en absoluto
pero que tras probarlo en varias ocasiones me ha regalado gratas experiencias.
Compartir una mesa con personas que no conoces amplía horizontes y abre la
mente a nuevas formas de comunicación.
Seguro que os habéis fijado en la magnífica lámpara hecha con
cornamentas de reno que preside el espacio.
De este comedor me gusta todo: la ventana de grandes sillares de piedra
con las baldas para plantas, la mesa con chapa metálica, la combinación de
madera natural y lacada en blanco de la pared de estanterías y la pared de
viejas puertas con cristales que deja entrever las enredaderas del otro lado.
Por supuesto la profusión de plantas, sobre todo las colgantes, los platos
de peltre... Tendría un comedor así en mi casa sin pensármerlo dos veces
¿Piensas igual?
Además de ese espacio más íntimo y privado, El Canadiense tiene mesas
por toda la zona de la barra y también una terracita en la acera.
Si el comedor me encantó, qué deciros de su acogedor baño con ese papel,
la madera de las paredes, el espejo, el balde como lavamanos...
En cuanto a la comida, las hamburguesas son lógicamente su especialidad
(carne picada o mechada) pero no sólo de carne de vacuno, también tienen
de pollo, cerdo e incluso de pescado.
En la carta hay platos típicamente canadienses, como el poutine y, cómo no,
muchos con jarabe de arce.
De postre probé una tarta de ruibarbo que estaba de rechupete.
Quiero volver con mi hijo Javier cuando venga a visitarnos en navidades,
aunque quizás él regrese un poco saturado de comida norteamericana.
Pero es seguro que repito.