Eso me animó a seguir con La Merienda a las 5 como blog familiar.
Así que como sé que este post lo leerá, aunque todo esto se lo he dicho en persona en más de una ocasión, quiero dejárselo por escrito como él quiere, para que el día de mañana pueda releerlo.
A principios del verano, allá por el mes de Julio, mi marido dijo que este año participaría una vez mas en la Travesía del Mar que se realiza durante las fiestas de La Granja, y que consiste en atravesar por el lado más largo el estanque que se encuentra en los Jardines del Palacio Real.
Mi hijo, de diez años, que ha visto a su padre hacer la travesía desde que tiene uso de razón, dijo que él también la iba a hacer.
El Santo y yo nos quedamos sorprendidos, porque nunca ha demostrado demasiado interés por la natación. En el colegio es verdad que van 2 veces al mes a clase obligatoria como parte de la asignatura de Educación Física, pero al final eso se traduce en como mucho 20 clases al año.
Y que un niño de 10 años, que no practica habitualmente la natación decida hacer un recorrido de 280m, pues por lo menos te deja algo sorprendido. Pero no íbamos a ser nosotros quienes le quitáramos la ilusión.
A diferencia de su padre y de mi, mi hijo tiene algo muy valioso y es que cuando quiere algo, es persistente y no se resigna a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. No he visto a alguien que desde tan pequeño tenga las cosas tan claras. Y lo mejor es que termina lográndolo.
Durante las seis o siete semanas siguientes empezó a nadar en la piscina de casa. Las dos primeras solo sábado y domingo porque el resto de la semana estaba en un campamento de fútbol durante 12 horas. En Marbella tenemos una piscina chiquitita, pero él trataba todos los días de hacerse varios largos sin parar, preguntarle a su padre si lo hacía correctamente, luego en La Granja, volvió a repetir los 20 -25 largos díarios en una piscina ya más grande.
Yo me decía a mi misma que veía difícil que lograra acabar la Travesía, aunque en el fondo tenía la seguridad de que al final lo haría solo porque se lo había propuesto y no iba a fallarse a si mismo bajo ningún concepto.
Cuando se lo decía a sus amigos y primos le miraban como si estuviera loco, pero el erre que erre, aunque hubo varios días cuando se acercaba la fecha que empezó a flaquear, dejó de entrenar a diario, y empezó a buscarse excusas.
Sin embargo dos días antes decidió que si, que lo iba a hacer, que no pretendía ser el primero ni mucho menos, sino que él lo que quería era hacerla y darse ese gusto. Pero tampoco siguió entrenando, lo cual a su padre y a mi nos dio la sensación de que al final seguro que se rajaba.
Cuando le preguntaba que por qué no seguía entrenando con tanto interés como antes, me decía, porque sé que lo voy a hacer bien, estoy seguro. Y me lo decía con tal convencimiento que te prometo que me lo creía yo también.
Llego el día, desayunó como cualquier otro, y con toda la tranquilidad del mundo se puso el bañador, una camiseta, las chanclas, cogió su toalla y las gafas de nadar y se plantó en la puerta para subir los cinco juntos. Que conste que en el último momento incluí su tarjeta sanitaria por si le pasaba algo (jajaja)
No le ví nervioso en ningún momento. Estaba atento a las indicaciones que hacían otros nadadores (van clubes de natación a realizar la travesía), estaba concentrado.
Por su edad fue el primer grupo en participar. El único chico y en una categoría de 10 y 11 años. Pero eso no le detuvo en ningún momento.
Dieron la salida y todos a nadar. Él fue constante, a su ritmo, sin mirar quien iba delante o detrás, con un tranquilidad que ya quisiera yo para mí. Y era tal, que sólo me salía animarle, y desde el momento que le vi comenzar supe que lo lograría. Que ese poder mental le llevaría exactamente hasta donde él mismo se había visualizado.
Y entonces entre gritos y ánimos de los que allí estábamos me di cuenta de que cuando les hablo del poder de la mente, del poder la visualización, de creerte realmente lo que quieres conseguir, lo logras por muy imposible que parezca a tus ojos, y sobre todo a ojos de los demás, ellos me escuchan, lo asimilan.
Mi hijo hizo la travesía, no la ganó puesto que las niñas contra las que competía se las veía mucho mejor preparadas y entrenadas. Sin embargo ganó su trofeo al ser el primer chico en llegar a la meta. Pero sobre todo ganó la satisfacción de hacer lo que había querido hacer desde hacía semanas, de verse como se había visto durante este tiempo subiendo la escalinata que hay en el otro extremo, la ilusión de ver el orgullo que provocó en su padre, en mi, en los abuelos, tíos y primos que le acompañamos en todo momento.
Pero para orgullo el mío, por ver en qué tipo de persona se está convirtiendo, porque aunque a veces me saque de mis casillas, en el fondo sé que no puedo pedir más.
Te quiero.