¿Cuántas almas pasan por el mismo taxi? ¿Tienen algo en común? ¿Qué esconden? ¿Es su destino realmente el que le transmiten al conductor? ¿Querría el taxista cambiar la dirección de cada cliente? ¿Cuántas decisiones se han tomado en el asiento de atrás? ¿Cuántas excusas se han buscado desde ese mismo lugar?
Todo empieza al poner el taxímetro a cero, que es lo mismo que hacemos nosotros el domingo por la noche. En el fondo, los quilómetros recorridos no desaparecen. Los vamos guardando para que no se nos amontonen y nos dificulten la visibilidad de un carril de siete días que queremos atravesar a nuestro ritmo; el que programamos o el que aprendemos sobre la marcha.
Cuando empiece a sumar, nos encontraremos semáforos en verde pero también en rojo. Entonces frenaremos en seco y pensaremos, que nunca está de más. Y si está en ámbar, nos dejaremos llevar. Pasaremos por las mismas calles de siempre y una ligera desorientación nos dejará en otros lugares que no esperábamos pero que anotaremos en el mapa de los recuerdos.
Compartiremos nuestro taxi de vez en cuando. Y quizá hasta se suba alguien con quien no contábamos. Pero hay plazas de sobras y el viaje así es mucho más ameno. Los quilómetros irán subiendo y no podremos retroceder. Día y noche, ocupado. Noche y día, de parada en parada. ¿Sabéis? Pensaba que nunca había subido sola a un taxi pero empiezo a creer que estaba equivocada y que cada semana he tenido la suerte de subirme a uno. ¿Y tú? ¿Ya tienes tu taxímetro a punto?
Feliz semana...nos vamos viendo por aquí si queréis ;)