El vaho difuminaba cualquier pensamiento. Empezaba a desesperarse. Quería descubrir algo ya inventado. Quizá viéndose creería un poco más en sí misma. O quizá no. Pero irremediablemente, entre ese espejo y ella había algo mágico aunque también incrédulo para los demás. Algo que siempre llegaba después de cada ducha, cuando se miraba y se encontraba. Y entonces se reconocía. Era el único momento a solas que compartía con una lámina que se resistía a salir del baño mientras ella tenía que enfrentarse al mundo.
No se miraba para reprocharse nada. Ni siquiera para enjuiciar su reflejo. Simplemente fisgoneaba para encontrarse consigo misma. Tampoco decía nada, no hacía falta. El espejo le contaba que siguiera insistiendo, aunque el reflejo tardara en llegar. Que él nunca iba a abandonarla. Que siempre iba a revelar la mirada más genuina, la suya. Y entonces ella se calmaba. No estaba sola. La seguridad que a veces parecía que había perdido, se revelaba cuando se quedaba frente al espejo. No se había extraviado, simplemente había que ir a buscarla.
Por fin se encontró. Respiró al verse. Se quedó más tranquila. Más segura. Más protegida. Era lo que necesitaba. Tenía una entrevista de trabajo después de mucho tiempo y necesitaba ese reflejo de confianza. Confiaba en su espejo. Pero sobre todo confiaba en ella.
¡Feliz lunes!