El cuento
Érase una vez una niña que no podía vivir sino era llevando consigo siempre en su cesta su colección de muñecas y todos los vestidos de éstas.Allá donde fuere le debían de acompañar.
Un día, su madre le dijo:
¡Ya está bien! Hoy cuando vayamos a la casa de la tía Ana no llevarás la cesta de las narices.
Pero la niña prefirió escaparse, claro está, a tener que renunciar a su apego.
Era una niña muy tozuda, pero lista, así que en su cesta echó pan y fruta.
Se adentró en el espeso bosque para pasar la tarde allí hasta el anochecer. La niña, perdió la orientación y acabó bajo un tilo muy grande esperando a que alguien la encontrase o sino tendría que esperar al amanecer.
Pasaron las horas y la luz era cada vez más tenue entre las hojas amarillas del gran tilo. La niña se durmió profundamentey soñó que alguien le robaba la cesta con sus muñecas y le decía:
– No te haré daño, sólo quiero ayudarte. Está cesta pesa demasiado para tu pequeña espalda. Las muñecas que hay dentro no las necesitas para ser feliz, te dejaré sólo una, el resto se lo regalaré a otras niñas ¿de acuerdo?
La niña despertó muy agitada. Su cesta seguía allí. Sus muñecas también. Pero estaba sola en un bosque, perdida y atemorizada.
Ya se veía la luz marcharse muy a lo lejos en el horizonte, estaba anocheciendo. Tenía hambre, pero por suerte tenía un racimo de uvas y un trozo de pan. Mientras comía se preguntó:
– ¿Qué son estás muñecas ahora mismo para mí? No pueden darme el camino a casa, tampoco pueden abrigarme, ni siquiera alimentarme. ¿Para qué he estado tan obsesionada en cuidarlas y llevarlas conmigo a todos los sitios? No pueden besarme, ni contarme un cuento de buenas nochesno pueden hablarme ni decirme te quiero.
Entonces, ¿por qué las necesito tanto sino pueden darme amor? Unas muñecas no son mi felicidad.
Aquel diálogo interno continúo toda la noche hasta el amanecer
A la mañana siguiente la niña cumplía 7 años. Su familia la esperaba con regalos. Posiblemente, más muñecas y juguetes aunque la niña había experimentado una bella transformación: Las muñecas eran bonitas, pero ya no las necesitaba.
Así que las colocó todas sentadas en el bosque para que pensaran y no volvieran a esclavizar a ninguna otra niña. Al fin y al cabo, tenía mucha fantasía. Se despidió de ellas alegremente y comenzó a caminar por donde salía el sol.
El camino de vuelta a casa fue sencillo, su cesta iba vacía, su mente estaba clara y su corazón libre. Deseaba llegar para besar a su mamá y decirle cuanto la quería.
Sin duda, el apego que tenía a esas muñecas solo le hacía sufrir y tener dolor de espalda.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Escrito por Celia Escudero.
La reflexión
Vivimos aferrados a objetos, cosas, cacharros, trastos, hasta incluso basura y no nos atrevemos a dar pasos hacia adelante.El apego a las cosas materiales, yo lo defino como: ese sentimiento tenebroso que ronda el corazón de la cultura occidental.
Definitivamente, este apego es dinamita pura, no nos deja avanzar, tomar decisiones, ni siquiera nos permite pensar con claridad la mayoría de las veces.
Todo este amasijo de objetos que nos rodea en nuestra habitación, casa, coche, oficina, trasteroes sólo eso: un amasijo de objetos.
Las cosas no nos dicen te quiero, no nos aportan calor, vida ni amor las cosas son eso: cosas.
Evidentemente, el ser humano necesita objetos para vivir: utensilios de cocina, herramientas, la cama, ropa y zapatos, una almohada, mesa y sillas, utensilios de aseo personaletc.
Luego están los objetos que nos vinculan con nuestra tradición, nuestra cultura: una guitarra, unos zuecos, una tetera, una alfombra, un sombrero, una vasija
Por supuesto, están los objetos de recuerdo: tu primer sujetador, un anillo de tu abuela, una pluma, tu primer diario, fotos impresasetc.
Y después, vienen todos los objetos que acumulamos y acumulamos y acumulamos.
¡Somos grandes acumuladores!
Los objetos nos fascinan, nos esclavizan, nos hipnotizan. Los cacharros que hay en las tiendas de decoración, en los bazares chinos, en los hipermercados, en cualquier tienda de suvenires, todos.
Vivimos tiempos de consumismo extremo, somos grandes recolectores de objetos. Parece que nos hayan programado para consumir sin escrúpulo y sin sentido. Lo sé, suena duro y frío: tan frío y duro como es estar acompañado de objetos.
La niña del cuento, en mitad de la noche fría en el bosque, lo ve claro: las muñecas no pueden aportarle nada en un momento como ese, se desprenden de su aura de belleza para convertirse en objetos vacíos de vida y calor.
El apego a los objetos, a lo material tiene un triste fondo. Pero hay esperanza, claro que sí.
Te propongo hacer unos ejercicios:
1. Hacer un trabajo de reflexión profunda y conectar con tu honestidad. ¿Realmente necesito comprar esto? ¿Realmente necesito esto otro? ¿Qué siento cuando lo compro? ¿Quizá tapo o escondo una ansiedad, una tristeza o una carencia2. Ir practicando a deshacernos (tirar, regalar, donar, reciclar) de cosas que no nos aportan nada, que no usamos, que ni si quiera necesitamos en realidad.
3. Un ejercicio de escucha: ¿qué sientes cuando has sido capaz de renunciar a comprar ese objeto y estás en casa en silencio contigo mism@?
4. Escribe en un papel que has sentido al deshacerte de cosas. Es muy posible, que sientas más placer liberándote de cosas que adquiriéndolas. Piénsalo. Escucharse es básico, ver que hay en tu interior. De este modo, evitar seguir los impulsos consumistas que te arrastran y no te aportan nada salvo objetos privados de vida y calor.
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