Casi un accidente urbano, así es el Bar El Papagayo en el centro de la ciudad de Córdoba. 2,40 metros de ancho por 32 metros de largo son las dimensiones del que fue una suerte de “pasillo” entre edificios antiguos que funcionó originalmente como servidumbre de paso para las viejas casonas de esa manzana. El que descubrió este recóndito terreno donde hoy funciona este bar gourmet y de alto diseño, fue el exitoso arquitecto argentino, Ernesto Bedmar, quien trabaja y adoptó como lugar para vivir a la ciudad Singapur desde hace muchos años. “En una visita que hicimos con mi familia a Córdoba hace más de 30 años descubrí que el querido y emblemático arquitecto cordobés Togo Díaz, vendía este terreno, que era casi un pasillo. Él lo había usado como depósito para una de sus obras y lo tenía en desuso. Para ese entonces yo vivía en Hong Kong y había visitado en varias ocasiones Japón, en donde descubrí el valor que los asiáticos le dan a todos los espacios, y en particular al “pequeño espacio" y como de ello logran, a través de la arquitectura, convertirlos en lugares mágicos”, cuenta Bedmar.
Bedmar se entusiasmó tanto con el lugar que no dudó en cerrar trato con “el Togo”, y le compró el terreno. Hasta hace un tiempo funcionaba como un loft que alquilaba pero un día, cuando conoció al chef Javier Rodríguez, quien también había vivido en Singapur, surgió la idea de armar “El Papagayo”.
El proyecto, del propio Bedmar, con la colaboración del arquitecto Roberto Mansilla, la pata local para la realización, se pensó como un sitio bañado de luz natural, por lo que el techo de hormigón original se reemplazó por uno de vidrio, enfatizando así la gran altura del interior. Todos las áreas técnicas como los baños, la cocina -el espacio protagónico-, la sala y arriba un privado y la oficina privada del chef, requerían la introducción de varios elementos técnicos como cables, caños, desagües y ventilaciones.Todos estos elementos se ubicaron en la misma pared, que está terminada en hormigón y así se pudo dejar intacta pared original de ladrillo que data de 1870. De esta forma, se creó un contraste entre lo contemporáneo y lo antiguo.
La cava y los baños, fueron cubiertos con madera, sin llegar a la losa y así se creó un pequeño edificio dentro de otro. La fachada del local se distingue entre los edificios antiguos que están a cada lado, enfatizando la altura en contraste con el ancho del lote. Como dice Bedmar, El Papagayo es, además de una obra de arquitectura, “la realización de un sueño” que hizo de la dificultad implícita en el ancho del lote, su mayor virtud.
Fuente: Clarín Arquitectura
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