Hacía mucho tiempo que tenía este escrito en borradores, y es que es algo que hace tiempo que pienso, sobre todo desde que soy madre. Seguro que cuando me vayáis leyendo me entendéis las que también lo sois. Y es que convertirse en madre, para mi fue, sin lugar a dudas, convertirme en vulnerable. Hasta el momento me creía capaz de todo, de superar cualquier cosa, de afrontar las idas y venidas, creyéndome que aquello eran cosas duras.
Pero no, realmente cuando te conviertes (y digo conviertes y no eres) te das cuenta de lo realmente esencial. Cobró sentido si podía aún más, el cuento de El Principito.
Durante varios meses han ido pasando por delante historias de gente cercana, gente que no conozco pero leía el RRSS, noticias, escritos, que me removían por dentro todas estas emociones y sentimientos y siempre decía: algún día tienes que escribir algo sobre esto. Así que aquí estoy.
Siempre he sido una persona a la que le ha dado mucho miedo la muerte, no la se gestionar nada nada bien. Y creo, firmemente que era uno de los pánicos irracionales que me bloqueó por completo durante el posparto. Veía a Valentina tan frágil, tan delicada, tan dependiente… Los pensamientos se me desbordan con las incertidumbres, problemas y las dudas de cualquier madre primeriza. Siempre he oído y os he dicho que cuando nace un bebé también lo hace una madre, y yo, aunque alguna (ligera) idea tenía de cómo quería afrontar la maternidad, nunca llegué a imaginar que me convertiría en una madre así. Pero me salió un sentimiento por dentro que me decía que yo no me podía separar de mi bebé. Que aquello era algo tan bestia, tan grande, era algo tan puro y que no se repetiría jamás, que sencillamente no podía hacer como si nada y volver a mi día normal.
La historia de lo que vino después ya la sabéis, excedencia, tirar de ahorros y definitivamente apostar por un trabajo que me permitiera estar en casa. Muchas veces, y sobre todo, últimamente, y hablando con compañeras del gremio, me planteo hasta dónde ha valido la pena. Ya que lejos de parecer el negocio del siglo, es un trabajo que exige muchísimas horas, inmediatez, todo es para ayer, generar contenidos sin parar, ser original… Es sin duda mucho más estresante que mi trabajo anterior. Pero siempre, siempre, siempre después de todo los “peros” hay algo que vuelca la balanza: el tesoro de vivir un día normal con Valentina.
Sin duda, hubo un momento en mi vida que me planteé qué era lo que realmente quería hacer, qué era aquello que me hacia feliz y que necesitaba. Y era estar en casa, junto a ella. Después las necesidades económicas (malditas) hicieron que tuviéramos que sumarle trabajo mientras ella dormía y generarme un cansancio extra, pero siempre al hacer balance, merecía la pena. Y es algo que me recuerdo en los días duros.
Un día me pasaron la historia que en definitiva te planteaba si cambiarías algo de tu vida sabiendo que estaba a punto de terminarse. El texto era removedor y venía acompañado de una historia de superación que ponía los pelos de punta. Y fue un texto que se me repetía y repetía cada noche antes de dormir. Pero para bien. Me hizo ver que yo no cambiaría nada. Por supuesto que diría que me gustaría no verme en la “obligación” algunas semanas de publicar tan a menudo, o poder escoger si trabajar o unirme a la siesta de Valentina; pero son cosas simples, sencillas. Realmente, darme cuenta de que si todo esto acabara y me quedaran de regalo pocos días, no cambiaría nada. Por supuesto que hay días duros, días de mierda, días de discusión, días que te lo planteas todo, días que todo parece que se pone en tu contra, del revés, días que piensas que “ya no puedo más”. Como todos, esos días tienen que existir porque al final lo que todos deseamos que sigan habiendo infinitos días normales.
Sigo algunas cuentas de Instagram extranjeras, y una llegué a ella a través de un accidente terrible que vivió una familia. Lo que me ha enseñado durante los días siguientes, sus textos, sus fotos… no tiene precio. Y en concreto hubo una, que es la que da título a este post, fue un escrito de Mary Jean Irion y que me gustaría compartir con vosotros. Lo he traducido directamente al castellano:
“Día normal, déjame ser consciente del tesoro que eres.
Déjame aprender de ti, amarte y bendecirte antes de partir.
Déjame pasar por alto en la búsqueda de algún mañana raro o perfecto.
Déjame abrazarte mientras pueda, porque puede que no siempre sea así.
Por un día, clavaré mis uñas en la tierra y enterraré mi rostro en mi almohada y levantaré mis manos hacia el cielo, y quiero, más que todo el mundo, tu regreso.”
¿Qué haríamos si de golpe nuestros días normales se fueran? No quiero ponerme dramática ni poner ejemplo, seguro que a todos se os pasan cosas por la cabeza. Y sí, puede parecer muy trascendental, pero es que hay veces que el ritmo que llevamos de vida, las obligaciones que nos imponemos, hacen que nos olvidemos de realmente quién somos y lo que nos hace feliz. Qué difícil es saber lo que nos hace feliz. Hay veces que está tan escondido debajo de tantos imputs… Con la colaboración que hice hace unos días que se llamaba “la gente que ama lo que hace”, me volvió a pasar de nuevo.
Realmente me dí cuenta de lo afortunada que fui de ver la ocasión e ir a por ello. Y eso no quiere decir para nada que ahora quiera que toda mi vida sea a través de esta pantalla, ni mucho menos. Aunque escribir en blog siempre ha sido algo que he hecho. Añoro muchísimo la etapa de docente, los niños, las familias, los proyectos, el vínculo… Pero sin duda, el camino ahora tiene una etapa mucho más especial, que no volverá y que el cuerpo me pide que pare. Estoy segura que llegará un día que notaré que ya no hace falta “estar tanto” o quizás así lo sienta. Y siempre estarán las aulas, siempre podré volver a la docencia, pero estos años, estos seguro que no volverán. Y escoger siempre es duro, se deja algo atrás; por eso digo que a veces es tan difícil saber lo que nos hace feliz, y tantas cosas que nos condicionan.
Sin duda, lo más importante, aunque a veces no podamos hacer lo que realmente queremos, pero saberlo. Tener claro que es aquello que amamos y por qué ahora no podemos realizarlo, pero tenerlo claro. Y aunque así sea, aunque haya épocas canutas, (porque todos las pasamos y vivimos) ser conscientes y dar las gracias a la VIDA de regalarnos un día más, un día normal más que vivir y amar al lado de los que más queremos.