Si me preguntasen cómo me gustaría verme dentro de diez años no tendría
la más mínima duda en responder que viviendo en un entorno rural, mejor
aún campestre, en una casa pequeña con jardín, huerto, unas gallinas y si
me apuran una vaca. Suena idílico, ¿verdad? Con unos hábitos de consumo
rozando la autosuficiencia en alimentación y vestimenta pero sin renunciar a
las comodidades y posibilidades que las nuevas tecnologías nos ofrecen.
Puede sentirse como una contradicción esta búsqueda de retorno a una vida
más sencilla, lenta y natural en la que no parece tener cabida la frenética
rapidez del mundo virtual, pero se trataría de tomar los aspectos positivos de
ambos estilos de vida e integrarlos.
No soy la primera ni la única en creer que ésto es posible, conozco a otras
personas que se han atrevido a dar el paso y compaginan lo mejor de los dos
mundos, el real y el virtual.
En mi caso de momento no es posible, Javier depende de su padre y de mí
económicamente y está en una etapa en la que sus gastos de formación son
bastante altos (carrera, luego el/los máster...)
Hasta dentro de ocho o diez años no puedo ni plantearme dejar mi modo
de vida actual, cumplir mi sueño de retirarme a un entorno más natural y
practicar la ansiada slow life.
Resulta paradójico haber dedicado toda mi juventud a formarme para "entrar
en el sistema" y una vez dentro darme cuenta que no es ésto lo que deseo,
lo que me hace feliz.
Mis padres no me advirtieron de esta posibilidad, claro que eran otros tiempos
en los que aún no estábamos sobrepasados por el ritmo de vida actual. Nos
inculcaron sus valores: estudiar, formar una familia y encajar en el engranaje
social establecido. Pero no nos hablaron de otras posibles formas de vida,
porque seguramente entonces las otras posibilidades implicaban un retroceso
social, económico y cultural.
Sin embargo, la sociedad ha cambiado tanto que aquellos valores ya no tienen
porqué ser válidos en la actualidad (yo diría que la mayoría están obsoletos),
abriéndose otras expectativas en cuanto a modos de vida.
En mi caso he querido que Javier las conozca y le aliento a perseguir su sueño,
sea el que sea, dentro del sistema o fuera de él. Quiero que sepa que un título
no asegura la felicidad y le animo a desarrollarse como persona, averiguar lo
que realmente le hace feliz, antes de "hipotecarse" con un trabajo, una casa,
una familia.
Y al mismo tiempo hemos ido concienciándonos juntos sobre aspectos de
sostenibilidad y consumo.
Nunca he sido una persona derrochadora, me cuesta deshacerme de aquello
que aún funciona y cambiarlo sólo porque ya no esté tan de moda o no ofrezca
alguna pequeña innovación, tiendo a hacer por mi misma aquello que puedo
(do it yourself), no le hago ascos a comprar de segunda mano y me gusta
reutilizar, rehacer y reciclar. En definitiva, no soy una persona consumista y
siempre he practicado un estilo de vida sostenible, primero por forma de ser
y luego por conciencia ecológica.
Estoy a favor de la globalización y el uso de las redes en cuanto que difuminan
barreras y diferencias sociales, culturales, nacionales... unificando criterios que
a lo largo de la historia de la humanidad han sido fuente de conflictos y
sufrimiento.
Me gusta el mundo virtual porque, como el viajar, acerca a las gentes de
lugares muy distantes permitiendo conocer otras culturas, ideas, formas de
vida y ésto abre la mente y nos hace más transigentes.
Y todo ello no tiene porqué estar reñido con hábitos de consumo local, parece
ser que todo lo contrario. Seguramente muchos de vosotros habréis oído hablar
del "Piensa global, actúa local" y su variante en alimentación.
Esta expresión propugna cuidar la salud del planeta realizando pequeñas
acciones en la propia comunidad. Comprando local apoyamos la economía
de nuestro entorno, ayudamos a los pequeños productores frente a las
multinacionales y protegemos el medio ambiente: adquirir productos de la
región permite reducir las emisiones de dióxido de carbono que conlleva el
transporte de productos de unas zonas a otras. Además los productos
cultivados localmente pierden menos propiedades alimenticias al ser más
corto el tiempo entre la recolección y la compra, no contienen conservantes
para su preservación y facilitan una cocina de temporada mucho más natural y
sabrosa.
Incluso se ha acuñado una palabra para designar a las personas que sólo
comen alimentos cultivados y producidos en su entorno más próximo:
locávoros.
Pero más allá de tendencias y etiquetas, lo cierto es que consumir productos
locales resulta lo más lógico, saludable y agradecido para nuestro paladar. Y
producirlos en nuestro propio huerto sería ya la panacea.
Mientras espero que se cumpla mi sueño intento cocinar productos ricos y
saludables, si son de origen local y de temporada mejor aún, como algunas
de las hortalizas recién cosechados que ya encontré en el mercado local de
mi pueblo (allí la temporada se adelanta un poco al estar más al sur) y que no
tienen nada que ver con las que hemos estado consumiendo todo el invierno.
El olor, color y sabor de los tomates de las imágenes lo dice todo, no necesitan
ni ser aderezados.
Los tomaremos en ensalada, gazpacho y salmorejo, sobre todo, porque
crudos mantienen todas sus vitaminas y refrescarán nuestras comidas de
verano.
Las berenjenas, pimientos y alcachofas al horno con un poquito de sal,
pimienta y aceite de oliva virgen.
Coliflor y espinacas cocidas al vapor para que conserven todas sus propiedades.
Si me llegan a decir de pequeña que se me iba a hacer la boca agua con solo
pensar en cocinar verduras, no me lo creo, y es que hay alimentos que de niños
aborrecemos y de mayores adoramos.
¿Cuáles son los vuestros?