Macros de antiguas hormas de zapatero para compartir en
el encuentro de los jueves que organiza Nika Vintage
Y para mostraros un acogedor salón lleno de piezas únicas.
Antes era una tienda de ultramarinos a la que me enviaba mi madre
desde muy, muy pequeñita, con una nota de algún ingrediente
de última hora que necesitaba para hacer la comida.
"Ve en casa de Fulgencio y le enseñas el papel", me decía, y yo iba
obediente a hacer el mandao o recao, como se dice en mi pueblo.
Quiero recordar que el mostrador estaba en una especie de estrado,
o quizás es que yo era tan pequeña que me parecía altísimo y no
lograba ver lo que había encima o detrás.
Luego Fulgencio asomaba la cabeza, me sonreía y me preguntaba
qué necesitaba. Yo le entregaba la nota, él me daba lo encargado
y me iba a casa.
Hay una cosa de la que sí estoy segurísima, la estantería donde
estaba el chocolate y el color del envoltorio de la tableta de ese
chocolate puro, terroso y algo amargo: naranja y negro.
Creo que se llamaba El cristo de los Faroles, pero no he encontrado
en la red ninguna imagen o alusión a esta marca de chocolate
que tan grabada se me quedó.
Los cajones de fruta quedaban a mi izquierda y más de una
vez últimamente me he acordado de ellos.
Eran de madera gruesa y con cuerpo, nada que ver con los actuales.
Fulgencio había sido un alto militar en la República y
tras la guerra le obligaron a abandonar su carrera militar.
La tienda de ultramarinos situada en la primera nave de su casa,
en la plaza principal de mi pueblo, fue su salvación para poder
seguir viviendo.
Tras jubilarse la tienda pasó a su hija menor, Manoli, queridísima
vecina y la mejor amiga de mi madre.
Aunque ella tiene su piso más moderno y con todas las comodidades
actuales, tras jubilarse no quiso dejar la antigua casa de sus padres
en el olvido. En verano se traslada a ella porque sus gruesos
muros y el encantador patio la hacen de lo más deseable.
Amante de las antigüedades y con unas manos envidiables,
tras acometer una reforma, convirtió aquella antigua tienda en
un acogedor salón lleno de piezas con historia, recuperadas de la
familia y restauradas o actualizadas por ella.
Como esas hormas de madera de su tío que fue zapatero.
Aquí la vemos mostrándonos una cinta plantada sobre una piña y
rodeada de sus trabajos de restauración: mesa matancera, lámpara
art decó, baúl, ventanas de cuarterones convertidas preciosas
vidrieras pintadas a mano...
Un universo de evocación y amor por las cosas cuyas
imperfecciones denotan una larga e intensa historia.
Espectacular esa antigua cómoda con espejo y sobre de mármol
en madera de raíz.
La fotografía antigua es original de sus abuelos y la mecedora
es encantadora, ¿verdad?
La máquina de coser aún funciona y la antigua radio conoció
muchas noches de radio pirenaica.
La sillita baja de niño también se usaba para la costura.
Manoli tiene en este salón los dos últimos cuadros que pintó mi
padre antes de perder la vista.
En uno aparece la plaza justo en la parte que ocupa la fachada
de la casa de Fulgencio.
El otro es de la ermita de la Virgen del Castillo, patrona de mi
pueblo, y que quedó inacabado pero por eso mismo, único.
La casa mantiene los originales techos de madera con bigas vistas
y también un precioso arco de medio punto en ladrillo que
contiene la puerta de acceso a las otras dependencias de la casa.
En otra ocasión os mostraré las altísimas y valiosas camas antiguas
vestidas con holandas de hilo y encajes artesanales.
Piezas de vieja porcelana y menaje, como el embudo y los
medidores de lata para aceite o leche.
Cuando hablo con Manoli de estos tesoros nos emocionamos.
Hay cosas, no obstante, que no entiende.
Hace tiempo le dije que si encontraba uno de los viejos cajones
de fruta de cuando la tienda era de su padre yo lo quería, porque ya
es muy difícil encontrarlos y son top trendy.
Ella se ríe y me dice que los últimos se los llevó Lolo, su esposo, a la huerta.
Os mostré los frutos de su huerta en nuestra mesa hace un tiempo (aquí)
Sólo encontraron un cajón de fruta y, según ellos, no muy presentable.
Les rogué que me lo guardaran como oro en paño,
seguro que lo que a ellos les parece impresentable tiene
gran encanto para mí.
Cuando lo tenga os lo mostraré y os mostraré también una
pieza que Manoli me regaló hace tiempo: un quinqué hecho hace
muchísimo tiempo con una lata.
Os dejo con unas imágenes del patio, encalado y con el
zócalo en azul medio.
El pozo, con una base en piedra tallada rústicamente, se encuentra
protegido por una ventanuca.
El tronco al lado, la maceta con el geránio...
Un pequeño oasis perdido en la antigua Beturia Túrdula,
nuestra tierra.