Siempre me han encantado las casas de estilo victoriano, son
como casitas de cuento o de muñecas en tamaño natural.
La primera vez que viajé a Estados Unidos recuerdo que mi mayor
ilusión era descubrir estas construcciones de encanto especial.
Creo que por eso en aquel momento me decepcionaron tanto Nueva York
y Las Vegas, demasiado cosmopolita y "europea" la primera y con ese
punto "hortera" característico la segunda.
Actualmente mis gustos no es que hayan cambiado, pero sí
se han vuelto más amplios y sofisticados.
Me encantaría volver y redescubrir NY, con sus típicos apartamentos y sus
lofts bohemios, de base clásica o vintage industrial y su decoración ecléctica.
Pero entonces (hace dieciocho años) no fue hasta llegar a San Francisco
que empecé a disfrutar realmente de aquel viaje.
Llevábamos una cámara analógica y he desempolvado varias
fotografías que he escaneado para mostraros algunas de estas
clásicas casas americanas.
Por supuesto tomamos fotografías de las famosas "viejas damas" de
la ciudad San Francisco, que pude disfrutar desde fuera. Pero lo que
realmente me encantó fue visitar por dentro algunas casas de la zona
vinícola al norte de la ciudad, los valles de Napa y Sonoma, llena de
pueblecitos encantadores y lindas bodegas.
La casita amarilla de las fotografías y su interior fue el hogar de
Mariano Vallejo, general mejicano a quien USA debe la independencia
de California primero y su anexión a Estados Unidos poco después.
La han mantenido como una casa-museo con los muebles y la decoración
de la época (principios del XIX) e incluso los vestidos y la ropa de hogar
característica del momento.
(Ah!, en la fotografía de arriba me veis recolectando semillas y
esquejes, lo que me valió más de una regañina por parte de mi pareja
pero es algo que hago frecuentemente y que debo haber heredado
de mi madre a la que he visto hacerlo en casi todos los viajes)
En Sonoma nos hospedamos en un precioso Bed and Breakfast
del que también he rescatado algunas imágenes.
Se llamaba The Cottage.
Sus dueños habían transformado un garaje en una pequeña suite con
cocina, comedor, vestidor, baño y una zona de estar con biblioteca.
Nos contaron que eran unos enamorados de España y, en efecto,
descubrimos varios libros de fotografías de nuestro país.
La estructura de la construcción me pareció preciosa, con una gran
bóveda central y un tragaluz cenital.
La trasera del muro de la chimenea formaba un pasillo/vestidor
que daba acceso al baño y en el que una de las paredes se había cubierto
totalmente de espejo ampliando la sensación de espacio y luz.
Algunos muebles eran vintage, como la preciosa butaca o la alfombra,
y la idea de utilizar la vieja puerta de madera como cabecero me
pareció muy original.
El cottage tenia acceso privado desde la calle a través de un pequeño
jardín con el suelo cubierto de plantas de fresas que en aquel
momento estaban en su mejor momento.
Los dueños llamaban cada mañana haciendo sonar una campana
situada en la cancela y al salir encontrábamos colgada una cesta con
bollería recién hecha envuelta en un paño de cuadros vichy.
La cocina contaba con una gran variedad de tés, cereales...
organizados en preciosos botes. Una pena no haber tomado fotografías de
estos maravillosos detalles, pero claro, entonces no imaginé que algún día
tendría un blog, de hecho ni siquiera estoy segura de que entonces
existieran.
Y el Cottage estaba cada día lleno de flores frescas...
Un sueño, ¿no os parece?
Un sueño, sobre todo entonces en el que, al menos yo, desconocía
conceptos como delicatessen o hotels with charm tan de
tendencia actualmente.
Lo cierto es que convertimos este lugar en la base desde donde hicimos
escapadas por toda la zona del norte de San Francisco y, aunque luego
fuimos descubriendo otros hotelitos con encanto a lo largo de la carretera
de la costa de SF a LA, ninguno superó a The Cottage.
He de confesar que también tuvimos que hacer noche en otro lugares
nada recomendables: es el riesgo que tiene hacer viajes sin paradas
programadas, sobre la marcha, parando donde y cuando apetece.
A veces no resulta cómodo o divertido porque te ves a las tantas
de la noche intentando encontrar un lugar decente donde hospedarte
pero, con mucho, prefiero este tipo de viajes a los programados.
¿Y vosotros?
(Ah!, aunque no lo sabíamos aún, Javier nos acompañó en este
magnífico viaje o al menos en parte, porque yo volví embarazada.
Realmente fue un viaje encantador)