Lo que más nos ha llamado la atención ha sido su sencillez, frescura y la luz que la inunda sin lugar a dudas un sitio perfecto para relajarse y olvidarse de todo. Pero no solo la vivienda es una delicia, el entorno es otro de sus atractivos, ya que se encuentra ubicada frente al océano y con las montañas de Muizenberg a su espalda.
Para la editora y su familia fue amor a primera vista, y a nosotras por supuesto también nos ha enamorado. Así que vamos a hacer un recorrido a ver si estáis de acuerdo en que es maravillosa. ¡Vamos a verla!
La arquitectura de la casa es la típica victoriana de principios del siglo XX, que han mantenido prácticamente intacta. En el exterior la familia ha construido una terraza en el tejado de la edificación desde la que se disfruta de unas vistas impagables al océano y la montaña.
En el interior de la vivienda se eliminaron varios tabiques para ampliar la zona de estar y el salón. El blanco es el color protagonista en paredes, ventanas y suelos, permitiendo que la luz ilumine cada rincón.
El salón está decorado con una mezcla de muebles de mercadillo y varios sofás y sillones retapizados donde pasar el tiempo relajándose. Alfombras, cojines y detalles coloridos le dan un aire muy fresco y acogedor.
La vivienda tiene cuatro habitaciones, cada una de ellas decorada de distinta forma, pero en todas se puede encontrar el mismo hilo conductor: respirar la frescura de una casa de verano.
La luz y el blanco, que tan presentes están en toda la vivienda, se combinan con telas de estilo náutico, tejidos de rayas de colores intensos, estampados de flores y cuadros y detalles perfectamente seleccionados.
En las casas victorianas la cocina y los baños están en la parte trasera. En el baño principal podemos ver una bañera típica de la época y en el aseo se han conservado los revestimientos y sanitarios originales.
Lo vimos en AD, con fotos de Montse Garriga
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