Una mesa que se convertirá en la primera estación del día, desde donde tomaremos el tren más madrugador con sabor a café. Mientras tanto, la ciudad se irá vistiendo y las cosas volverán a su sitio por inercia. Será, también, la mesa en la que dejaré mi libreta, para tenerla siempre cerca. Y esos libros que voy hojeando en los minutos de evasión. Será una mesa que estará despierta hasta altas horas de la madrugada. Una mesa en la que se planearán las vacaciones y en la que se romperán los esquemas. Una mesa con flores. Con la luz de las cuatro de la tarde. Con facturas aún por abrir, cada anochecer. Y con la lista de la compra que habré olvidado sobre ella, para no perder las viejas costumbres.
Será una mesa que nos escuchará conversar durante la cena, mientras nos contamos cómo nos ha ido el día. A veces, no tendremos mucho tiempo de pasar por allí pero seguro que seguirá esperándonos en el mismo lugar. Será una mesa que se llenará de fotografías y de recuerdos. De meriendas tardías y aperitivos cuando llegue el domingo. Nos verá reír, llorar, tomar decisiones, encajar golpes duros. Se irá llenando de momentos, de palabras, de silencios. De personas y de ausencias. Será una mesa que se convertirá en sobremesa y en la que pondremos cada día, el mantel de la vida.
Sed felices,
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