No obstante debo reconocer que tienen su propio encanto: el marmol, la piedra, los cipreses, flores, velas y silencio. Lugares que invitan al recuerdo.
Cuando era más pequeña alguna vez acompañé a mi madre a poner flores a mis abuelos el día de todos los santos. Recuerdo panteones que eran auténticas obras de arte, a los que acompañaban velas, muchas velas. Recuerdo familias de raza gitana que llevaban horas y horas cuidando la tumba de su ser querido. Recuerdo el sonido de mis pies en los caminos y memorizar alguna regla que me permitiera recordar donde se encontraban las lápidas de mis seres queridos en aquel laberinto.
Pero no, no me gustan los cementerios, me recuerdan al funeral, al entierro y a todo lo que sucedió inmediatamente anterior al desenlace.
Por ese motivo, en estos días en que los cementerios se llenan de gente, trato de acordarme de encender alguna vela en casa en honor a los que ya no están y recordarlos, recordarlos en vida, olvidar lo malo y pensar en lo bueno que su paso nos ha dejado.
Velas para aquellos a los que no tuvimos oportunidad de llegar a conocer, velas para esas personas con quien hubiésemos querido compartir más, velas para los que se fueron y nos dejaron un gran vacío.
Y recuerdo, lo mucho que unos nos hicieron reír, el fuerte carácter de otros....y sobretodo, como me sentía sabiendo que era la niña de tus ojos.