Todos los días cuando recojo a mis hijas de su campamento de verano, la primera pregunta que me hacen es ¿podemos ir a la piscina? ¿Dónde quedó eso de mamá que tal tu día?, ¿tu trabajo,…? están obsesionadas y el verano acaba de empezar. Por el contrario, esta que lo es, aún no ha pisado una este año (miento sí lo he hecho, pero estaba vestida así que no cuenta), confieso que me da mucha pereza. Voy a matizar esto, lo que en realidad me asquea es meterme en un “charquito”, así llamo a la piscina de mi urbanización, para estar una hora o menos, que luego se llena de gente y hay que salir en estampida, así que mando a mi marido con las niñas, a él no le importa tanto y su no-pelo se seca más rápido que el mío ;-)
Hoy os traigo otro concepto de baño muy diferente, ¿quién no mataría por tener una de estas piscinas tan especiales en casa? Las primeras son ecológicas y tienen como protagonista la vegetación que las rodea, a mí me trasportan al campo en un abrir y cerrar de ojos. Las segundas, piscinas de arena, es como adentrarte en una cala desierta de cualquier rincón del mundo, mentalmente nos vamos directos a la playa. Pero no son sólo las sensaciones que producen, también poseen beneficios respecto a las tradicionales, sobre todo las ecológicas, que utilizan menos químicos. En ambos casos pueden adaptarse al terreno existente y diseñar un mundo de relax en torno a ellas.
Creo que si tuviera una de estas, tendrían que inventar un portátil flotante, yo no saldría de allí ;-)
Ecológicas…
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