Lo lamentable de su desaparición es que el jardín moderno logró, tanto en la teoría como en la práctica, uno grado enorme de empatía ecológica, flexibilidad de mantenimiento y economía de medios, así como lograr evitar materiales finitos y substancias dañinas.
Y así, aunque el jardín moderno es esquivo, no fue un mero sueño; sirvió para concentrar algunas de las más grandes ideas del siglo XX.
En 1920 el artista Naum Gabo redacta su Manifiesto realista. El manifiesto iba a inflamar la imaginación moderna y fue un buen punto de partida en un lugar donde los jardines pertenecían, sobretodo, a la burguesía corrompida, a los intelectuales encantados con el siglo XVIII en general y con Capability Brown en particular. Todos estos pioneros del movimiento moderno se prendaron de un campo nativo y nada aristocrático.
El arquitecto finlandés Eliel Saarinen hace expreso su deseo de proyectar buscando inspiración en los artesanos y en los materiales: Regresamos a la naturaleza del material y tratamos de encontrar un modo sencillo y sincero de utilizarlo. Por el estudio de Saarinen pasaron, como ayudantes, tres de los más importantes pioneros del movimiento moderno: Walter Gropius, Mies Van der Rohe y Edouard Jeanneret (Le Corbusier), quienes tuvieron la idea del jardín moderno, aunque tácito, siempre presente.
El arquitecto Erich Mendelsohn (1887-1953) consideraba al jardín un parte intrínseca de la teoría moderna y su visión inclusiva del modernismo penetra también en el reino del arte y la escultura, con Paul klee y Henry Moore (ver post anterior), quienes nos obsequiaban con formas sublimes que nos inspiran a emular tratamientos de brillantez.
El jardín moderno había sido cosa de arquitectos y diseñadores. Sin embargo, Tunnard (1910-1975), sorprendentemente, se dirigía al “hombre de la calle” que aspiraba a esa rara avis, un diseñador de jardines que entendiera tanto acerca de la vida moderna, como sobre arquitectura moderna, que rechazase todos los clichés del diseño y concibiese que el estilo idóneo para el siglo XX es la carencia absoluta
de estilo, una nueva planificación del entorno humano. El mismo Le Corbusier (1887-1965) había ya sentenciado: Los estilos son mentira.
El jardín moderno era sello distintivo de diseño para la gente moderna, tan ubicuo como el automóvil o la máquina de lavar, por encima de los sentimientos nacionales y arbitrarios del gusto, y aún así eminentemente adaptable al emplazamiento, al suelo y al clima, a los medios financieros y a los compromisos variables
El jardín moderno fue, o pudo haber sido, en palabras de Henry Moore, una expresión del significado de la vida un estímulo para poner un mayor empeño en vivir.
En su lugar, hemos optado por lo meramente decorativo, una mutilación, materialista criminal, una nefasta y afectada escuela de “decoración de exteriores”.
BIBLIOGRAFÍA:
BROWN, Jane El jardín moderno. Editorial Gustavo Gili 200 p.p 224Si te ha gustado nuestro artículo sobre el jardín moderno no dudes en comentar y compartir.