Es habitual que recurran a los servicios de un organizador profesional parejas en las que el orden se convierte en un problema de convivencia, bien por exceso o por defecto. Normalmente el conflicto surge cuando hay una gran distancia entre la percepción que cada uno de los miembros de la pareja tiene del orden. Si ambos son ordenados, o desordenados, entonces rara vez la cosa va a mayores.
Podemos medir el nivel de tolerancia al desorden en la personas en una escala del 0 al 5:
entre 0 y 1 encontramos a personas que no soportan ver un cuadro doblado, necesitan colocar la ropa por colores, o que todo esté perfecto en todo momento, sin un resquicio al desorden.
entre el 2 y el 3 están aquellos a los que les gusta el orden o como mínimo lo valoran como algo necesario que les permite vivir mas cómodamente. En este grupo se encuentra la mayoría de la población.
entre el 4 y el 5 se encontrarían aquellas personas para las que el desorden no es un problema, ni el orden una necesidad, pueden convivir con él, incluso en un extremo el desorden se convierte en un estimulo creativo.
Dependiendo de el lugar de la tabla donde os encontréis tu y tu pareja, llegar a un punto de acuerdo será más o menos complicado. Lógicamente si tu estás en el 0 y tu pareja en el 5, la convivencia puede ser un infierno, pero la cuestión está en entender al otro y poner limites. En un paso mas allá también puede ser útil averiguar el porqué tenemos esa relación con el orden.
Una de las cualidades más evidentes que proporciona el orden es la seguridad. Pero esto que a priori puede ser positivo también puede esconder algo más profundo que quizás esté ocultando inseguridades y miedos, proporcionando una falsa seguridad. En el momento en el que algo no está en su sitio el tolerante al desorden puede entrar en crisis, y volcar la inseguridad que le produce el ver algo fuera de su lugar contra la persona que lo ha puesto ahí.
Una herramienta muy útil para acercar posiciones es trabajar el miedo al desorden. Para ello es fundamental la máxima de que cada cosa tenga su lugar, pero ademas que ese lugar haya sido elegido de forma conjunta por ambos miembros de la pareja, implicar al desordenado en la toma de decisiones puede incrementar el aprecio que tenga por el orden.
Otro de los problemas que surgen está relacionado con el momento más adecuado para ordenar. Por ejemplo muchas veces el o la ordenada considera necesario volver a colocar todo en su lugar justo después de haberlo utilizado, por ejemplo recoger la cocina después de comer, mientras que la otra persona, aunque admita la necesidad de hacerlo, no ve imprescindible hacerlo en ese momento, y entonces aparece el conflicto.
En este caso es importante primero que la tarea esté asignada a uno de los dos, que haya un compromiso, y que el otro entonces acepte que que el responsable de la misma lo va a hacer cuando lo desee, (siempre dentro de unos limites claro!) y no sucumbir al impulso de hacerlo de forma inmediata.
En cualquier caso es importante no obsesionarse, y poner limites tanto al orden como al desorden, creando un espacio común en el que la convivencia sea llevadera.