1 Los repelentes químicos. Eran el principal remedio hace unos años y se siguen usando en la actualidad. Hablamos de los aerosoles y espumas compuestos por elementos sintéticos y productos derivados de las plantas. Así, pueden llegar a suponer un riesgo para la salud por la presencia de DEET, un pesticida que, cuando entra en contacto con la piel, es absorbido llegando al sistema sanguíneo. Además, también puede inhalarse o entrar en contacto con los ojos si tenemos un descuido, provocando irritación, mareo, dolor de cabeza o insomnio.
Por su parte, el DEET puede derivar en problemas neurológicos en los casos más graves de intoxicación, pues daña el sistema nervioso central, generando tropiezos, convulsiones, desorientación...
Por último, este tipo de productos químicos pueden tener piretrinas, derivadas de los crisantemos. Así, aunque no es algo tóxico, sí puede provocar problemas respiratorios cuando se inhala una gran cantidad. Por eso, debemos controlar la cantidad usada.
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2 Los repelentes electrónicos. La acción de este tipo de repelentes busca evitar la presencia de insectos, no en eliminarlos. Su funcionamiento se basa en ultrasonidos que ahuyentan a estos incómodos inquilinos. Así, pueden tener alguna consecuencia para la salud, si no se controla bien la intensidad de la emisión de las frecuencias.
3 Los repelentes naturales, como el clavo de olor, que nos sirve para ahuyentar a las pulgas, los mosquitos y las hormigas.
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