Su casa no podía ser más bonita, ni podía reflejar mejor su personalidad. Muchas la conocéis porque es una mujer todoterreno. Tiene el don de la ubicuidad y el de la sonrisa, y un enorme paraíso creativo construido en torno a su familia, en la que adquieren un protagonismo destacado sus tres hijos.
Bárbara Solorzano es una de las dos artífices de Mi Cesta de Mimbre, junto con su amiga y socia Marta Schmidt, en el que refleja todo ese universo creativo y tierno al mismo tiempo, inspirador y divertido. Y esta preciosa casa es en la que vive junto a su marido y sus tres hijos, Alejandra, Santi y Gonzalo. Un hallazgo, desde luego, que define otro de los rasgos que más llaman la atención de nuestra anfitriona: su capacidad de encontrar tesoros donde nadie los ve.
La casa es maravillosa y tremendamente familiar, luminosa y acogedora.
En cada rincón hay un detalle lleno de creatividad, lo que la convierte en una casa alegre y dulce, lejos de la sobriedad y la formalidad que uno podría esperar de lo que es literalmente un “casoplón”.
Y cuadros maravillosos, como el regalo de boda que preside el salón, un horizonte luminoso que refleja toda la luz que entra por el ventanón. Todo el que entra se fija.
La casa respira frescura y ternura. Los espacios están pensados para una vida en familia y los recuerdos y la creatividad campan a sus anchas. Bárbara imprime su gusto en cada rincón, ella ha transformado la casa por completo para convertirla en el paraíso familiar que es hoy.
Detalles handmade, muebles retocados u objetos en una segunda, tercera o cuarta vida, que ella transforma con un gusto exquisito en fiel reflejo de su estilo. Es lo que pasa con la vivienda entera, “nada que ver con cómo estaba; mis amigas me decían si estaba loca por meterme aquí”. Y ahora la casa respira luz, está como nueva y es sencillamente, preciosa.
El protagonismo de los niños es evidente, desde los juguetes que asoman por todos los rincones, hasta las fotografías y los retratos como el enorme lienzo que preside la cocina.
La segunda planta acoge los dormitorios. El principal y los dos de los niños, uno para Alejandra y otro para Santi y Gonzalo. Cada uno con su buhardilla, un paraíso para los juegos, para la imaginación, para los amigos, para las meriendas… ¡Madre mía, lo que hubiera dado yo de niña por tener un cuarto así!
Y a pesar del enorme espacio todo tiene su sitio. En estos cuartos cada detalle es relevante, cada juguete, cada peluche, cada muñeco de trapo. Todo está cuidado, nada está tirado por ahí, sin más. Hasta las muñecas viejas y despeinadas tienen su rincón. Es evidente la importancia extrema que Bárbara da a los detalles.
Yo no sé si Bárbara es consciente de que su casa transmite la sensación de un paraíso familiar (o por lo menos, el paraíso tal y como yo lo concibo), en el que además ha conseguido, a base de detalles y objetos de “economía de guerra”, como ella dice, crear un universo personal con sello propio. ¡Un millón de gracias, Bárbara, por haber sido tan generosa con todos tus detalles y habernos abierto de par en par las puertas de tu casa!
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