Hay días que me levanto como si me hubiera pasado un camión por encima, pensando en todo lo que me falta para llegar al fin de semana en vez de disfrutar el tesoro de vivir el momento.
Hay días que ni tan siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que tuvimos algunos minutos para abrazarnos el amore y yo, en silencio y notando esa energía sanadora que repara. Hay días que el cansancio hace que nos hablemos mal, que nos soltemos frases que hacen daño. Y aunque sabemos que detrás de ellas está el cansancio, la vida de dos niñas pequeñas no nos permite regalarnos el tiempo que necesitamos para curarlas, y a veces es una mierda.
Hay días que me da la sensación que lo hago todo a medias. Que estoy haciendo algo pero con la mente en lo que tengo que hacer después. Hay días que tengo la sensación que solo estoy esquivando balas en una batalla para evitar que una bomba explote.
Hay días que me da la sensación que todos mis esfuerzos van destinados a dormir niñas, que me he pasado todo el día haciendo las mil y una para dormirlas. Que mientras tenía a una dormida en la boba, negociaba la rabieta de la otra y que cuando finalmente la había conseguido dormir, la otra se despertaba y tenía que salir cuál reptil de la cama para que no despertara a la mayor a gritos. Y después, como si de una comedia grotesca se tratara, mientras le daba pecho en la otra punta, justo en aquel momento en el que ves que por fin, la segunda está a punto de dormirse, la tos de la mayor la despierta. Y grita, porque no estás a su lado, porque le está costando esta separación de tener a otra personita con la que compartir a su madre. Y dejas a la pequeña medio dormida en la hamaquita y hace un salto ninja a la cama para conseguir volver a dormirla. Y lo haces, justo en el momento en que oyes que la de la hamaquita no le ha parecido bien que la soltases en aquel preciso instante y vuelves de nuevo a la carga. Y así, de un lado a otro van pasando las horas del día.
Sí, hay días que son una auténtica mierda. Que la pequeña por cólicos/dientes/sueño/sensibilidad/llámalocomoquieras solo llora y llora. Y la porteas, y la mayor se conforma dándote la mano por toda la casa mientras meces y cantas. Y su cara de resignación te aprieta fuerte el corazón…
Hay días que piensas que realmente todo es un auténtico caos, que no dominas nada y que únicamente te dejas llevas por un río de rápidos sin ningún control sobre nada.
Hay días que los únicos minutos que puedo rascar para mi, se convierten en los únicos ratos que puedo trabajar a partir de las 22h de la noche, que no me parece nada escribir y por supuesto tengo la creatividad totalmente anulada para pensar o imaginar nuevas fotos, temas para el blog o ideas de mejorar.
Pero ya hace algún tiempo que decidí que esta sensación no se iba a apoderar de mí. Que esos días tenían e iban a ser la excepción que confirma la regla. Porque no quiero que eso me represente. No quiero que esa sea mi vida, y por supuesto quiero que los buenos momentos sean los que abunden y de los que quiero dejar constancia.
Porque tengo lo más importante, lo esencial. Así que el resto es y será según la forma con la que se mire. Y, aunque hay días jodidamente difíciles decido quedarme con lo bonito de todo, aunque en estos días lo único bonito que pueda rascar sean unos pocos segundos. Pero existen, y son reales.
Hay días que se hacen muy cuesta arriba, pero he aprendido cosas que me hacen cambiarlo. Una frase en mi grupo de WhatsApp preferido pidiendo risas para remontarlo, una llamada de SOS a mi hermana o mi madre, un audio al amore e intentar ponerle humor a las escenas más terriblemente absurdas.
Por eso añadí el paréntesis a esa frase que a menudo decimos todas. Por que sí, hacen falta días (o momentos) de mierda para compensar la montaña rusa que es ser madre, mujer y trabajadora en los tiempos que corren.
Y todavía diría más, es en esos momentos de mierda, en los que das gracias y amas todavía con más fuerza a todas las personas que escogiste que estuvieran a tu lado.